La voluntad del Altísimo habla respecto a la conducta diaria de los hijos y siervos de acuerdo con Su carácter.
Se trata de la relación entre el hijo y su Padre, del siervo y del Señor.
¿Qué quería Dios para el ser humano que no quisiera Su Hijo Jesús?
¿Dios no veía al ser humano como lo vio su Hijo y Siervo Jesús?
¿Qué haría Dios al prójimo que no hizo Su Hijo y Siervo Jesús?
Son preguntas que, por la fe, identifican una profunda unión del Dios Hijo con el Dios Padre y Señor. ¿Cómo pensaba, hablaba, oía, veía, sentía y actuaba el perfecto referente de Hijo en relación a las demás personas?
Por Su carácter Divino, Él exhalaba comprensión; Su mirada expresaba compasión; Su corazón sentía dolor por los perdidos; Sus oídos estaban atentos al clamor de afligidos y desesperados. De Sus labios siempre salían palabras de justicia, misericordia y fe.
De hecho, la voluntad Divina requiere mucho más allá del querer; mucho más que un deseo sincero o expresión de gratitud.
La voluntad de Dios exterioriza el amor del hijo hacia el padre.
El amor del Hijo por el Padre era tanto que se olvidaba de Sí mismo para hacer Su voluntad y, así, agradarle.
Quien se considera hijo o siervo, obviamente, no está interesado en agradarse a sí mismo, sino a hacer la voluntad de su Padre y Señor.
Sin embargo, su realización depende del carácter. El carácter del Espíritu Santo.
No creo que Dios espere que Su voluntad sea hecha por extraños, infieles, impíos o hipócritas.
Pero tengo certeza de que Él exige eso de Sus auténticos hijos y siervos.