“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios.”, (Apocalipsis 2:7)
“Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco.”, (Apocalipsis 2:6).
Hay una corriente que cree que los nicolaítas eran una secta que defendía ser licencioso como forma de vida. Algunos eruditos tienen a la palabra “nicolaíta” como la forma griega de la palabra hebrea “Balaán”, esto es, que enseñaban a comer cosas sacrificadas a los ídolos y a practicar la prostitución (Apocalipsis 2:14).
““El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios.”, (Apocalipsis 2:7).
Algunas veces, durante su ministerio terrenal, el Señor Jesús usó la expresión “quien tenga oídos para oír, que oiga…”, y al final de esta carta Él la usa nuevamente, probablemente dándole el mismo sentido que en las ocasiones anteriores. La mayoría de las veces, al final de las parábolas que se referían a la vida eterna. Y el sentido es que ni todos han tenido oídos para escuchar la voz de Dios. El espíritu de aquella generación, que el Señor encontró aquí en la Tierra, es el mismo de hoy en día: casi todos están muy ocupados en salvar sus propias vidas, intentando ganar cada vez más dinero para satisfacer sus caprichos personales, por lo que el Espíritu Santo casi no ha encontrado respuesta a Sus palabras. En cuanto a esto, el Señor Jesús dijo: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”, (Mateo 16:24-26). ¿Quién tiene oídos para escuchar estas palabras y ponerlas en práctica?
En todos los desenlaces de las cartas siempre encontramos una promesa para quien fuera vencedor, significando que hay una verdadera batalla que cada uno de nosotros tiene que enfrentar, para conquistar el Reino de Dios. ¡El hecho es que las batallas por la vida eterna son individuales! Cada uno tiene que pelear sus propias batallas y, así, conquistar su propia salvación. Podemos ayudarnos los unos a los otros con oraciones, ayunos, palabras de fe, etc. Mientras tanto, hay batallas personales e intransferibles, que cada uno debe enfrentar por sí mismo. Es como comer y tomar: ¡nadie puede hacerlo por otro! Así también es la batalla por la vida eterna. Además, el Señor Jesús dijo: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.”, (Mateo 11:12). Tiene que haber un esfuerzo de parte de cada uno, para que haya también una conquista. El árbol de la vida, que fue perdido en el Edén, será restaurado apenas para los que venzan el pecado por la sangre, por la Palabra, por el Espíritu y por el Nombre del Señor Jesús, eso es, ¡los vencedores! “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.”, (Apocalipsis 21:8).