Durante esta semana, publicaremos fragmentos del libro “Mujer V” de Cristiane Cardoso, para que sirva de reflexión
Le da ella bien y no mal todos los días de su vida.
(Proverbios 31:12)
Todo el mundo quiere ser feliz. Todo el mundo busca algo que le traiga felicidad. Pero no todo el mundo sabe en qué medida la felicidad depende de uno mismo. Es muy común oír a una mujer soltera decir cuanto desea casarse y ser feliz, pero nunca la oirás decir cuanto desea casarse sólo para hacer feliz a un hombre.
Sólo se preocupa por ella, por su propia felicidad, sus propios planes y deseos, su propia vida. Nadie lo quiere admitir, pero cuando vienen los problemas, queda bien claro que sólo nos preocupamos por nosotras mismas. Y es difícil tragarse el orgullo y simplemente cambiar.
La mujer V hace bien a todos a su alrededor. Ella no los avergüenza, no les causa problemas, no les hace ningún mal. Muchas mujeres no entienden lo que significa la verdadera amistad. Piensan que es tener a alguien con quien conversar, alguien con quien desahogarse, alguien con quien contar; pero, en realidad, es exactamente lo contrario; se trata de ser alguien con quien conversar, alguien con quien las personas puedan desahogarse cuando lo necesitan; en !n, ser alguien con quien los otros puedan contar.
Es por eso que las personas se decepcionan con la vida. Esperan que los otros hagan lo que ellas deberían estar haciendo. Es mucho más fácil echarle la culpa a otros… ya perdí la cuenta de cuántas veces oí a personas decir: “no existen amigas de verdad”, “no cuentes con nadie, porque a nadie le importas” y “las personas son todas iguales”.
Siempre que escucho a personas diciendo que no tienen amigos, inmediatamente llego a la conclusión de que ellas no son amigas verdaderas. Cuando te comportas como una amiga de verdad, ganas amigos, caso contrario, no ganas nada. Proverbios 31:12 no dice que él le hace bien primero para que, entonces, ella le haga bien todos los días de su vida. El versículo sólo dice que ella le hace bien, con un propósito.
La Biblia esta revelándonos cómo una mujer como yo y como tú puede ser virtuosa. Debemos primero ser para las personas aquello que queremos que ellas sean para nosotras. Dar lo que queremos recibir, hacer lo que esperamos que los otros hagan.
Una vez alguien me hizo una pregunta complicada sobre la amistad. Ella descubrió que el marido de su mejor amiga la estaba traicionando y la amiga ni lo sospechaba. Ella me preguntó si debería contarle la verdad y así romper su corazón o si debería simplemente dejar que su amiga lo descubriese por sí sola. Entonces yo le pregunté qué le gustaría que su amiga hiciese si fuese ella la traicionada.
Es mucho más fácil lidiar con las personas a nuestro alrededor cuando nos colocamos en su lugar. ¿Cómo nos gustaría que las personas actuaran o dijeran?
¿Cómo nos gustaría que se comportasen? ¡Entonces es exactamente eso lo que debemos hacer! Si oíste un chisme sobre una amiga, no vayas corriendo a contarle sin medir las consecuencias. Es mejor no saber que a alguien no le caes bien.
La amiga verdadera evita dar información de chismes que pueden hacer que guardes tristeza en tu corazón. Pero si hay alguna información que ella realmente necesite saber, aunque se moleste, debes ser lo suficientemente amiga como para contárselo y estar preparada para confortarla y darle coraje para que tome la decisión correcta.
La mujer sabia sabe bien la diferencia entre un chisme sin importancia y una cosa seria. Muchas personas hacen el bien a los otros con la intención de recibir algo a cambio. Si hacen el bien para ser reconocidas o para recibir algún tipo de recompensa, en realidad no están haciendo bien a nadie, están apuntando a sus propios intereses.
La Mujer V hace el bien porque le importan los demás, no sólo ella misma. Ella da por el simple placer de dar, no por el placer de recibir más tarde. Ella es una amiga de verdad, hasta para las personas que no le caen bien. Su bondad no depende de la bondad de otros… lo que parece ser una moda en los días de hoy.
Me acuerdo de haber aconsejado a dos mujeres casadas que compartían una pequeña casa con sus respectivos maridos. Ambas eran misioneras en África y no tenían ninguna relación una con la otra; eran apenas colegas de ministerio. Al principio, su problema parecía estar causado por la falta de diálogo. La casa parecía más un hotel. Ellas salían de casa bien temprano, pasaban el día entero en la iglesia, volvían bien tarde e iban directo a la cama. No había comunicación entre ellas, lo que las llevó a sacar conclusiones incorrectas una de la otra.
Cuando comencé a preguntarles cómo se organizaban en relación a la comida y a la limpieza, ellas rápidamente respondieron que no tenían ningún problema con comida o limpieza porque cada una tenía su propio espacio en la heladera y en los armarios y cada una tenía su propio día de limpieza. Básicamente, ellas hacían todo separado, incluyendo la comida, al punto de tirar la basura en tachos individuales en la cocina. Ellas vivían vidas separadas dentro de la misma casa y ni se daban cuenta de que allí estaba la raíz de sus problemas. Estaban teniendo dificultades para hacerse amigas porque no estaban haciendo lo que las amigas hacen.
Las amigas comparten. Las amigas se ayudan una a la otra. ¡Las amigas no separan la comida con etiquetas con sus nombres! Cuando les pregunté por qué hacían eso, una de ellas me dijo que por que las cosas ya eran así cuando ella fue a vivir con la otra, entonces sólo siguió la rutina de la casa.
O sea, ella dejó de hacer aquello que creía correcto, para seguir las limitaciones de la otra. Dejó de hacer el bien a los demás sólo porque estaba viviendo con alguien que no se ocupaba en retribuir la bondad de los otros.
Jamás debemos depender de los otros para hacer el bien, caso contrario nunca lo vamos a conseguir. Debemos hacer el bien independientemente de lo que los otros hacen o dejan de hacer. Después de haber seguido mi consejo de hacer las compras, cocinar y limpiar juntas, la relación de ellas terminó transformándose en una linda amistad y dejaron de vivir como extrañas dentro de casa. Hasta dejaron de extrañar tanto a sus familias y amigos de sus países de origen, porque habían aprendido a construir una familia para sí.
Mal amada y sin gracia
Lea se casó con Jacob en contra de su voluntad. Después de una semana, él se casó con su verdadero amor, Raquel, haciendo de Lea la esposa descuidada. Muy bien, más allá del hecho de que su hermana menor era más bonita, Raquel también tenía el corazón de su marido. Debe haber sido muy difícil para Lea soportar un matrimonio en el cual se sentía excluida y sin amor; un peso innecesario. Pero, aun en medio que todo aquel sufrimiento, Lea nunca dejó de amar a Jacob y por causa de eso, Dios la bendijo con muchos hijos.
Con cada hijo que tenía, Lea alababa a Dios y tenía la esperanza de que Jacob comenzase a amarla más. Pero, por un buen tiempo, él no lo hizo. Raquel era completamente diferente a Lea, a pesar del hecho de tener el amor exclusivo de su marido y de ser más bonita, ella no temía a Dios. Vivía compitiendo con su hermana más grande, como si hubiese algo por lo cual competir. Todo lo que Lea tenía eran sus propios hijos y aun así, Raquel le envidiaba lo poco que tenía.
Lea tenía todos los motivos para despreciar a Raquel, pero hizo exactamente lo contrario. Lea tenía un buen corazón; fue ella quien dio a luz a Judá, de cuyo linaje nació nuestro Salvador, el Señor Jesús.
Cuando Lea murió, fue sepultada en la tumba de la familia en Hebrón, al lado de Abraham, Sara, Isaac, Rebeca y Jacob. Cuando Raquel murió dando a luz, fue sepultada en el camino de Belén. El hecho de que la Biblia mencione este pequeño detalle, revela muchas cosas sobre estas dos mujeres. Ambas estaban casadas con Jacob, el escogido de Dios, pero apenas una de ellas, la que no tenía muchos encantos, a quien Jacob amaba menos, fue la verdadera escogida de Dios.
La que tenía todo, al final, ¡no tenía nada! La que no tenía nada, en realidad, lo tenía todo. Lea era una buena mujer, ella admiraba a su marido a pesar de no ser amada por él. Ella no se volvió contra Dios por causa de sus infortunios, al contrario de Raquel.
Lea era una Mujer V y si Jacob le hubiese dado el amor debido, él hubiera sufrido menos en la vida. Lea también se colocó en el lugar de Jacob y entendió porqué él no la amaba como a Raquel, pero eso no le impidió darle su amor. Ella apreciaba todo lo que él le daba, por pequeño que fuese. Y en vez de hacer lo que algunas mujeres hubieran hecho en su lugar, continuó agradándole, independientemente de cuán no deseada él la hacía sentir.
La mujer V es buena, independientemente de quien sea bueno o no. Muchas esposas caen en la trampa de hacer algún bien a sus maridos solamente cuando ellos les hacen el bien primero. Frecuentemente oigo esa misma historia cuando aconsejo a mujeres casadas.
“Mi marido no entiende mis necesidades…”, “Mi marido no me entiende…”, “Mi marido no me ayuda…” Yo, yo, yo… siempre yo. Sé exactamente cómo se sienten porque pasé por eso en el comienzo de mi matrimonio, y así como ellas, siempre reclamaba algo que mi marido no había hecho por mí.
Todo giraba en torno a mis necesidades. Yo me quedaba en casa durante la mayor parte de la semana y cuando él estaba en casa, quería descansar, mientras que yo quería pasear. Yo me sentía enjaulada dentro de mi propia casa. Mi marido, mientras tanto, veía nuestra casa como un hogar confortable donde él podía relajarse. Él pasaba la mayor parte de la semana en la iglesia y por eso, la casa era sinónimo de descanso. Pero yo no lo dejaba descansar. Yo era capaz de perturbarlo todo el día si era necesario, si no era con palabras, era con actitudes. “¡Yo no voy a cocinar un sábado a la noche! ¡Cociné toda la semana, estoy cansada!”.
Mientras que yo me concentraba en mi necesidad de ser apreciada por él, no percibía sus necesidades, y peor: ¡lo criticaba por eso! No es de sorprenderse que hayamos enfrentado tantos problemas en los primeros años de nuestro matrimonio. Sólo éramos una pareja feliz cuando las cosas se hacían a mi manera, nosotras las mujeres somos maestras en eso. Si las cosas están de la manera en que queremos, somos felices. Si no lo están, nos ponemos rabiosas y queremos que todo el mundo lo sepa. Mientras tanto los maridos simplemente toleran, se rinden o entonces se cierran completamente. Mi marido se cerraba. Él me daba el tratamiento del silencio.
Ni nos damos cuenta de que les molestamos cuando reclamamos, o intentamos explicar por qué estamos molestas. Reclamamos porque pensamos que si no somos escuchadas, las cosas no van a cambiar, y si no hablamos sin parar pensamos que ellos no van a hacer nada al respecto. ¿Pero será que aun no aprendimos que no es así? Colmar su paciencia, reclamar o explicar nuestros motivos (llámelo como quiera) no cambia las cosas.
Las cosas sólo pueden cambiar cuando nosotras comenzamos a cambiar. Cuando dejamos de pensar en nuestras necesidades y comenzamos a pensar en las necesidades de nuestros maridos, un milagro sucede: ¡nuestros maridos comienzan a cambiar sin que tengamos que decir una palabra!
Fue exactamente lo que sucedió conmigo. Después de pasar años orando y usando todos los métodos de manipulación posible, decidí cambiar. Dejé de exigir que él me agradase y pase a suplir sus necesidades. Si él quería quedarse en casa, yo me quedaba en casa con placer, sin aquella típica cara malhumorada. Yo me sentaba a su lado y miraba su canal de fútbol favorito aun sin tener el menor interés. Él me preguntaba qué quería hacer aquel día y en vez de imponer mi voluntad, yo decía: “Hoy vamos hacer lo que quieras vos.”
No voy a mentir y decir que este cambio fue fácil, pero fue absolutamente ejecutable. Lo hice y no pasó mucho tiempo para que mi marido comenzara a hacer las cosas que antes yo tenía que implorarle que haga, ¡sólo que esta vez no necesité decir ni una palabra! Por voluntad propia él me llevaba a pasear y aun escogía una película que él sabía que me iba a gustar.
Yo cambié, y entonces, él cambió. Este siempre será el orden de las cosas, ya sea en el matrimonio o en la familia ¡tú cambias primero! No esperes que tu marido, tu madre, padre, hijo o jefe cambie para que puedas cambiar. Conviértete en una mejor persona, trátalos de la manera que te gustaría que te tratasen. Hazles bien todos los días, no apenas por una o dos semanas. En el principio, tal vez, encuentren que tus actitudes son sospechosas y hasta duden de tus verdaderas intenciones, pero una vez que se den cuenta que tú cambiaste de verdad, no tendrán otra opción que cambiar también. Como mi esposo siempre dice, el centro de atención estará sobre ellos.