Durante los próximos días vamos a publicar fragmentos del libro “Fe Racional”, del obispo Edir Macedo, como parte del contenido para reflexión del Arca Universal
La ministración de fe cura al enfermo, libera al oprimido y arranca a las personas del abismo, del fondo del pozo. Entretanto, existe algo mucho mayor que una cura, un milagro o una liberación. El milagro de una cura no es suficiente para sustentar a una persona. Ella necesita seguir adelante. Por ejemplo Jesús levantó a Lázaro de la muerte. Sin embargo él tenía que alimentarse, cuidar su cuerpo, alma y espíritu. En otras palabras, él fue salvo de la muerte, pero necesitaba dar continuidad a su vida.
Lo mismo sucede en la parte espiritual. Ni el nuevo ni el viejo corazón sirven para que la persona reciba solamente una cura o una liberación. Ella tiene que reaccionar de forma racional, inteligente, para que pueda usufructuar de otros beneficios de la fe, además de aquellos que ya recibió.
Jesús curó diez leprosos, pero apenas uno volvió. ¿Y los otros nueve? Una vez curados, abandonaron la fe. Muchas personas han sido aludidas con las curas, liberaciones de varios tipos de vicios, bendiciones económicas y familiares, y piensan que eso es todo lo que Dios tiene para ofrecerles. Otras piensan que esas bendiciones significan el bautismo con el Espíritu Santo y que, por eso, ya están en el Reino de Dios.
Muchos cristianos pueden recibir una cura y otras bendiciones sin entrar en el Reino de Dios. Para entrar a vivir en el Reino es necesario obedecer la Palabra de Dios cada día, cultivando la fe consciente en el Señor Jesús en todo el tiempo. De lo contrario, hasta las bendiciones que ya fueron conquistadas pueden ser perdidas, inclusive la vida eterna.
Eso es lo que puede suceder, viendo que el corazón ha sido el centro de las emociones. A cuenta de eso, ha engañado, ilusionado, corrompido moral y espiritualmente. Jesús dijo: “ Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.”, (Mateo 15:19).
En fin, el corazón es el centro de la perversidad y del mal porque es movido por la emoción. No se deje llevar por el corazón. Cuando una persona tiene un nuevo nacimiento, una nueva experiencia con el Espíritu Santo, Dios le da un nuevo corazón para que el viejo sea definitivamente apagado. Es en el viejo que están los sentimientos y las emociones que dominan la vida de una persona. Hasta que Dios arranque el antiguo y coloque uno nuevo para que sea de acuerdo con el corazón de Él.
Así, tener un nuevo corazón no significa, necesariamente, que en él no habrá emociones. Pero, esas emociones son diferentes de aquellas que el mundo ofrece. Las emociones del corazón y de la naturaleza Adánica nos llevan a las pasiones, ideas y actitudes erradas porque pasamos a odiar y a amar según los ojos de la carne. O sea, esl es vivir en función de las emociones de este mundo.
Generalmente, en la iglesia, la persona siente una voluntad de llorar. Aquella emoción, el ambiente, la música, todo es propicio para que haya un “derramamiento” de su alma delante de Dios. Vea si esa emoción no es la misma que al asistir a una película bonita, una novela, una pieza de teatro, o un show musical. El corazón humano está sujeto a ese tipo de emoción, que ha llevado a muchos a prostituirse, adulterar, usar drogas e ingresar en el vicio de la bebida.
Cuando la persona nace del Espíritu Santo recibe luego un nuevo corazón, y sus emociones pasan a ser espirituales. Fue en caso de una experiencia que tuve con Dios en la cual recibí el gozo de Su presencia al ser humillado.
Al ser constituido rey, conforme el Arca seguía entrando en Jerusalén, David descendía de su trono, tocaba el tambor y danzaba. Aquél gozo era del Espíritu Santo. Nosotros sentimos alegría proveniente del Espíritu, pero eso no sucede todos los días, así como no era todos los días que el Arca entraba en Jerusalén.
Las emociones de este mundo llevan a las personas al desequilibrio espiritual y al desequilibrio de la fe. De ahí nace el fanatismo. Entre las emociones divinas, venidas de un corazón divino, están la alegría del Espíritu Santo y la paz. O sea, la persona tiene paz con Dios y consigo misma, y eso viene de un corazón nuevo, de Dios.