Se cuenta que en un reino muy lejano, una princesa estaba esperando a su príncipe encantado para un día casarse. El rey, viendo la aflicción de su hija, convocó a todo su ejército y al pueblo a una reunión. Como habría una guerra contra el reino enemigo, el rey aprovechó la oportunidad para hacer una propuesta:
-Generales, capitanes, oficiales, soldados y demás súbditos. Dentro de pocos días vamos a tener una guerra, por eso, quería aprovechar para decirles que quien extermine al rey enemigo se casará con mi hija, la princesa Bella.
Como era de esperarse todos los hombres se quedaron alborotados, porque Bella era la joven más linda de todo el reino.
Los hombres se mantenían en el campo de batalla, intentando realizar el mayor acto de sus vidas y así lograr obtener la mano de la princesa. Pero Bella era muy exigente. A pesar de saber de la buena intención de su padre, deseaba que su príncipe viniese a su encuentro como decían las leyendas: montado en un maravilloso caballo blanco, con crines más blancas y trenzadas con mucho estilo.
Bella imaginaba durante todo el día a ese caballo y a su caballero, un príncipe de porte real, valiente, rico y muy bonito, tanto que jamás se vio uno igual por esas tierras, y no un soldadito del ejército de su padre, que sería famoso recién después de casarse con ella. ¡Rotundamente no! Bella quería un príncipe verdadero, como mandaba la tradición de las historias de princesas.
Mientras tanto, en la batalla, muchos soldados estaban muriendo. El reino enemigo era demasiado poderoso, y no lograban vencerlo, eran necesarios refuerzos. El rey no sabía a quién más enviar, entonces, ordenó que todos sus criados hombres partieran rumbo a la guerra. Era una locura, ya que ellos no tenían experiencia en el manejo de las armas, pero no tenía otra alternativa. Todos partieron, incluso su copero lisiado.
En la batalla el rey enemigo comenzó la gran masacre. Los soldados estaban muriendo, otros desistían y aún había otros que se pasaban al bando enemigo. ¿Cómo conseguirían entrar en el palacio y matar al rey, si no lograban mantenerse vivos?
Entonces, el siervo lisiado tuvo la idea de hacerse pasar por criado del rey enemigo. Por estar sin armas ningún soldado lo incomodaría. Entró en el palacio, fue hasta el área de servicio y preparó una copa de vino para el rey. Entre su ropa llevaba un frasquito con veneno. Al entrar en el salón grande, donde estaban reunidos, se acercó a la bandeja que contenía la copa de vino del rey y de los consejeros y, sin que nadie lo vea, colocó el veneno en cada copa. Inclusive en la que él había preparado. Como todos estaban festejando distraídos, bebieron de sus copas todo el vino. No es necesario mencionar que tanto el rey como los demás hombres murieron segundos después.
Para probar que había matado al rey, el siervo tomó la espada del rey y le cortó la cabeza, llevándosela a su rey.
A esas alturas la guerra había terminado, los soldados volvían heridos, cansados, sucios y enfermos a sus casas. Todos querían saber quien había matado a ese rey invencible.
Días después, conforme había prometido, el rey anunció el casamiento de su siervo lisiado con la princesa. Bella no lo sabía, pero sus criadas le comentaban que su futuro esposo era un hombre con mucho coraje. A pesar de no saber de quién se trataba, la princesa hasta se entusiasmó.
El día del casamiento, el reino estaba lleno de alegría, fiestas y mucha comida. Bella estaba animada, pues finalmente conocería a su futuro esposo. Entonces, cuando anochecía, después de que las bailarinas festejaran al son de la música y los tambores, la princesa entró usando un hermoso vestido rosa con perlas blancas, diamantes y cristales. Era un lujo, un poco exagerado, ella lo sabía, pero quería que su casamiento fuera inolvidable.
Sin embargo cuando caminaba en dirección al altar especialmente preparado para la ocasión, Bella miraba alrededor y no veía a nadie que pudiese ser su esposo. Ella vio a su padre, sonriendo feliz, la madre mirando emocionada, los súbditos, los criados, los consejeros, los oficiales – todos muy animados -, y ningún candidato potencial a ser su esposo. Ella se acercó a su padre y le preguntó indignada:
– ¿Padre, dónde está mi futuro esposo? ¡No es posible que en el día de mi matrimonio, él haya desaparecido!
– No hijita, él está ahí, a tu lado.
– ¿Dónde que no lo veo?
– Ahí a tu lado – el rey señalaba a su siervo lisiado que sonreía feliz como una criatura.
– ¡No lo puedo creer! ¡Me rehúso a casarme con él! ¡Fui engañada! ¡Dijeron que él era fuerte, valiente, y me presentan a este infeliz!
No servían de nada los argumentos del rey, pues la princesa estaba decidida a no casarse. Entonces el padre tuvo que obligarla porque había dado su palabra y no podía retractarse.
El siervo, notó la resistencia de la princesa y se entristeció. De hecho, no era bello, sus cabellos no tenían vida, su piel no estaba bien cuidada, y mucho menos tenía el porte de un guerrero, pero era puro y fiel. Con certeza era un príncipe de verdad por dentro.
En el momento de la ceremonia, Bella fue obligada a dar su mano al siervo, como él no podía levantarse solo, le colocaron un banco alto para ayudarlo. La princesa apenas podía mirarlo a los ojos, y deseó, en lo más íntimo de su ser, que cuando ello lo besare, él se transforme en ese príncipe de sus sueños, aún presente en su imaginación. No le importó ni un poco las cualidades del criado, fundamentales para volverlo capaz de casarse con ella. El siervo estaba triste, no imaginaba esa reacción inesperada de la joven princesa. Después que el compromiso estaba garantizado, era necesario el beso para sellar la unión.
Bella se aproximó al rostro del criado, demostrando mucho asco, como si estuviese haciendo el esfuerzo de besar algo extremadamente asqueroso y repugnante, como esos sapos hinchados que se encuentran en los pantanos. Ella se esforzó y hasta se colocó en el lugar de la otra princesa que tiempo atrás había transformado un sapo en príncipe, con su beso encantado, casándose y siendo feliz a su lado. Bueno, al menos Bella tenía una esperanza.
El criado también aproximó su rostro y, entonces se besaron, de repente dió un salta para atrás. A coro todos los presentes demostraron total perplejidad.
El criado se volvió el noble príncipe de los sueños de Bella, atractivo, fuerte y maravilloso. Que miraba a todos vestido con un lino blanco, fino, repleto de detalles en oro, retirando de su suave rostro los sedosos cabellos castaños que se balanceaban lentamente al viento, mientras sus ojos azules, que relucían como piedras preciosas, miraban a esa princesa linda por fuera saltar y croar al ver a su príncipe salir de delante de ella por la puerta de salida, con su lindo caballo blanco de crines trenzadas.
Para reflexionar:
No se engañe con las apariencias. Hay personas por quienes usted nunca daría nada, que si tuviese la oportunidad de conocerlas, se sorprendería por su verdadera belleza.
“…No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón.”, (1 Samuel 16:7).
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