La herencia del hombre de Dios no son bienes materiales ni facilidades
Hace muchos años, conocí a un obispo muy importante, que tenía dos hijos. Al más chico lo quería mucho y al mayor lo despreciaba.
El obispo era un hombre con muchos conocimientos y una experiencia importante. Sus mensajes fortalecían el corazón, enseñaban al alma y despertaban la fe. No era porque sí que su pueblo crecía más que otras iglesias. Su dirección era segura y no había ninguna duda de que Dios era con él.
Los dos hijos participaban asiduamente de las reuniones de la iglesia, y ambos se fortalecían en el conocimiento de la Palabra de Dios y con el ejemplo de su padre.
Con el pasar de los años, el mayor se volvió un hombre y expresó el deseo de seguir los pasos de su padre, dedicando su vida a la conquista de las almas perdidas.
Su padre, por su parte, quería a su hijo menor y soñaba con dejarlo al frente de su pueblo, evitaba escuchar el deseo de su hijo mayor, siempre diciendole que debería esperar una confirmación de Dios, y que tenía mucho que aprender antes de tomar una decisión tan importante.
El muchacho, con un corazón sincero, tenía el alma ardiendo del deseo de predicar el Evangelio, sentiéndose rechazado por su padre, que tanto amaba y admiraba, se vió obligado a dejar ese pueblo y partir buscando a los perdidos, sin el apoyo de su padre.
El obispo no lo sujetó porque tenía su corazón en su hijo menor. Este, un muchacho admirable y muy inteligente, también creció y expresó el deseo de seguir el mismo camino que su padre.
¿El obispo veía su sueño concretándose!
Al hijo menor, que tanto quería, lo consagró a pastor y le dió las más importantes tareas y con la mayor autoridad. Luego el joven pastor se volvió el lider de la iglesia con el mayor pueblo, la sede y a él todos tendrían que obedecerlo.
Al mismo tiempo, el hijo mayor, sin poder contar con el apoyo de su padre, encontró las más crudas adversidades y dificultades.
Siendo un verdadero hombre de Dios, trabajó incansablemente, día a día, y el propio Dios lo honró, hizo surgir un pueblo mucho mayor que el de su padre.
El obispo falleció, pero no sin antes ver el error que había cometido.
Su hijo menor había recibido las mejores instrucciones, sin embargo, su padre le había ahorrado las dificultades, las privaciones y la disciplina, los cuales forman el temperamento del carácter del hombre de Dios. El joven no tuvo fuerzas para mantener la congregación unida, y todo el gran trabajo de su padre se dividió y debilitó.
Muchas veces más fuerte, el trabajo del hijo mayor, que el padre había despreciado, surgió y creció, alcanzando todo el mundo.
El viejo obispo hizo una elección equivocada, porque Dios hace la elección correcta. El desprecio que tuvo con el hijo mayor terminó siendo lo que Dios más necesitaba para hacer un verdadero obispo.
La herencia de un hombre de Dios no consiste en bienes materiales y facilidades que pueda dejar a sus hijos dentro del ministerio.
Si Jesús aprendió la abediencia por las cosas que sufrió, y aún siendo el Hijo del gran Dios Altísimo fue probado, perseguido, injusticiado y victorioso, cuanto más nosotros. Cada uno de nosotros debe, individualmente, matar su león y conquistar su victoria a través de su propia fe en Dios.