En mis clases de ciencia, en primer grado, aprendí que el ser humano es el único animal racional, característica que lo distingue de todos los demás animales su inteligencia le permite realizar cosas que ninguna otra criatura puede.
A través de la Palabra de Dios, también aprendí que el uso de la inteligencia unida a la fe es lo que distingue a los que son de Dios de los que no lo son. Moisés expresó eso así:
“Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta.”, (Deuteronomio 4:6).
Note el deseo de Dios con respecto a Su pueblo. El Señor quería que los otros pueblos reconocieran que Su pueblo era inteligente. Las naciones verían eso cuando viesen a Su pueblo obedeciendo fielmente a Sus leyes.
La necedad no alaba a Dios.
La fe emotiva no honra a Dios.
La religiosidad no permite que los incrédulos admiren a Dios.
La creencia ciega no exalta a Dios.
La inteligencia sin fe es incompleta.
La fe sin inteligencia es fanatismo.
La fe sin obediencia avergüenza a Dios.
Infelizmente, muchos que se han llamado “pueblo de Dios” han sido necios, ciegos y sencillamente religiosos. Valoran las emociones y desprecian el entendimiento. El cerebro que tienen es un desperdicio.
“Ciertamente más rudo soy yo que ninguno, Ni tengo entendimiento de hombre. Yo ni aprendí sabiduría,?Ni conozco la ciencia del Santo.”, (Proverbios 30:2-3).
(*) Texto retirado del blog del obispo Renato Cardoso