La ciudad en la actual Turquía fue destinataria de la epístola de Pablo a los Colosenses
Colosas fue la destinataria de una de las famosas cartas del apóstol Pablo de Tarso, que terminó dando origen a uno de los libros del Nuevo Testamento (Carta a los Colosenses). A 200 Kilómetros de Éfeso, la ciudad quedaba en el antiguo territorio romano de la antigua Asia Menor, hoy en Anatolia, Turquía. Con Laodicea e Hierápolis formaba una importante triada de ciudades a los pies del Monte Cadmus.
En la época en que Grecia la dominaba, Colosas – hoy llamada Honaz – tuvo una gran importancia mercantil. Aún así, decayó significativamente en torno al siglo 1.
El lugar nunca fue excavado por arqueólogos, lo que genera varias especulaciones. Una de ellas es que la ciudad sucumbió debido a un fuerte terremoto y, en el período bizantino, otra ciudad ocupó su terreno, cercano a las ruinas de la original, cuando cambió su nombre por Chonai, que más tarde derivó en la actual Honaz.
Lo que todo indica es que Pablo no estuvo en Colosas, sino que había pasado por lugares cercanos. El apóstol escribió en la Carta a los Colosenses mientras estaba preso, y la envió a la iglesia que su compañero de prisión, Epafras, fundó.
“Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo,
A los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas:
Gracia y paz sean a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo…”
(Colosenses 1:1-3).
Por más fuerza que los siervos de Dios, seguidores de Jesús, tuviesen, les era imposible estar en varios lugares al mismo tiempo. Como el mismo libro del Nuevo Testamento, Colosenses testifica que Pablo tuvo la ayuda de varios compañeros, que muchas veces le servían come emisarios. El mismo Epafras, preso con él en esa ápoca en que la epistola fue escrita, fundó la iglesia de Colosas. Muchas de las personas que descubrieron la salvación solamente por intermedio de Jesús Cristo, a través de Pablo, ni tuvieron contacto con el apóstol viajero, antes judío, convertido por el mismo Mesías en el camino a Damasco.
De todas maneras, personalmente o no, el predicador hizo valer su misión de llevar la Verdad a sus destinos:
“Porque quiero que sepáis cuán gran lucha sostengo por vosotros, y por los que están en Laodicea, y por todos los que nunca han visto mi rostro;
Para que sean consolados sus corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo,
En quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Y esto lo digo para que nadie os engañe con palabras persuasivas.
Porque aunque estoy ausente en cuerpo,
no obstante en espíritu estoy con vosotros, gozándome y mirando vuestro buen orden y la firmeza de vuestra fe en Cristo.”,
(Colosenses 2:1-5).
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