Existía la posibilidad del fin de un casamiento en los tiempos de la Biblia. No con la facilidad de hoy en día, en sociedades modernas. Algunas condiciones debían existir para que una unión terminara en divorcio.
El hombre podía divorciarse de la mujer en caso de que encontrara en ella “algo indecente”.
“Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa.”, (Deuteronomio 24:1).
Esa ley era interpretada de diferentes modos por los abogados judíos. La avalaban si había realmente un comportamiento indigno por parte de la esposa antes de que la decisión fuera oficial. Los escribas seguidores de la escuela de Shamai, en los días de Jesús, defendían que “alguna cosa indecente” podría ser una mala conducta sexual (si no satisficiera a su marido, por ejemplo) o el adulterio. Los doctores de la Ley de la línea de Hilel eran más rigurosos: en caso de que la mujer cocinara muy mal o dejara que el alimento se malogre era conducta suficiente para el fin del casamiento.
En cualquiera de los dos casos el hombre tenía que dar una “carta de divorcio”, documento que, oficializado, anulaba el contrato de casamiento. En otras culturas, solo bastaba con que el marido avisara a la esposa que el casamiento terminaba.
En la carta de divorcio de los judíos había cláusulas que permitían a la mujer casarse nuevamente (Deuteronomio 24:1-2). Mientras que, si ella se casase con otro hombre y este falleciera, o también se divorciase de ella, no le era permitido casarse nuevamente con su marido anterior, pues otro hombre ya había estado con ella, lo que la hacía “contaminada” (Deuteronomio 24:3-4). Pero si ella se separaba del primer marido y no se casaba de nuevo, ambos podían volver a unirse.
El abuso era un crimen. En algunos casos, el abusador era obligado a casarse con la víctima – la virginidad era una virtud importante para una mujer soltera que no podía ser “robada” por un violador. Lo mismo sucedía si la pareja tenía relaciones sin estar casados. En ambos casos, no era permitido que el marido se divorciara de la esposa (Deuteronomio 22:28-29).
Como existía la posibilidad de que un hombre pidiera el divorcio si descubría que su esposa no era virgen, algunos podían mentir sobre eso. Podía suceder que el hombre se casara con la joven, y mintiera diciendo que ella se había casado “impura”. Si la farsa fuera descubierta, el autor era obligado a permanecer casado, sin el derecho al divorcio (Deuteronomio 22:13-19).
Por más que hubiera excepciones previstas en la ley, era muy enfatizado al pueblo judío que Dios no veía el adulterio ni el divorcio con buenos ojos:
“¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud.
Porque el Señor Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo el Señor de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales”, (Malaquías 2:15-16).
En el Nuevo Testamento Jesús confirma que la unión hecha por el Señor no debería ser quebrantada por el ser humano:
“Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.”, (Mateo 19:6).
La ley no permitía que una mujer pidiese el divorcio.