El camino tenía muchos pozos. Aun así, Tom necesitaba llegar costara lo que costase a la otra ciudad; después de todo, era el cumpleaños de su hijo, y hacía tiempo que no veía al niño, desde que se separó de su esposa.
El pronóstico del tiempo anunciaba que un fuerte temporal se acercaba a aquella región. A pesar de eso, Tom no retrocedió. Se preocupó, es muy cierto, pero preparó una pequeña valija, guardó los regalos de su hijo en el auto y se dirigió hacia el camino aun sin terminar.
Ese era el único camino, el más largo y el más difícil, pero ¿qué podría hacer sino enfrentarlo?
Al salir de la ciudad, las nubes se formaban como la humareda negra que sale de una chimenea. El sol enseguida se escondió, como si previera lo que vendría más adelante. Los árboles comenzaron a agitarse, y, enseguida, Tom empezó a sentir el fuerte viento entrando por las ventanillas del auto. Y por las calles, personas corriendo, otras caminando demasiado rápido, algunas llevando paraguas– que por la fuerza del viento se daban vuelta–, otros objetos insistían en salir volando, cajas de cartón arrastradas de un lado a otro, bolsas de basura abriéndose… Un verdadero inicio del caos.
Minutos después, Tom ya se encontraba en el comienzo del camino. Aun no estaba lloviendo, pero a las tres de la tarde ya estaba tan oscuro como el inicio de la noche. Las primeras gotas de agua comenzaron a caer. Y el limpiador de vidrios, se balanceaba de un lado a otro, sacando el polvo de la tierra que golpeaba y el barro seco que se acumulaba en el parabrisas.
Tom aprovechó que aun no llovía y aceleró el auto tanto como pudo para anticiparse y no quedar preso en la mitad del camino. No sirvió. Diez minutos después de entrar en el camino, el torrente cayó. Aun así, él continuó acelerando. Un pozo aquí, otro allí, se desviaba de lo que podía, se atascaba, aceleraba…
Hasta que el motor se sobrecargó y Tom necesitó bajarse a empujar. El barro llegó a pasar del tobillo y no fueron necesarios ni dos minutos, después de bajar del auto, para quedar completamente mojado. Tom empujó todo lo que pudo y llegó a tomar una tabla para colocar debajo de uno de los neumáticos traseros, para desatascar el vehículo de allí.
Y lo logró.
Tom siguió adelante, pero, minutos después, un árbol muy añejo cayó delante de él. El tronco no alcanzó a tapar todo el ancho del camino, pero el conductor que insistía, pasaba con bastante dificultad. Tom era uno de ellos. Pensó en la locura que estaba haciendo, en el riesgo que estaba enfrentando, pero pensaba en su hijo – a quien nunca más había visto -, en la distancia y en la carita de felicidad del niño en cuanto lo viera. Era el precio a pagar, y si era justo o no, a Tom no le interesaba saberlo.
Así, continuó con mucho apuro.
Sin embargo, más adelante, descubrió otro enorme árbol caído en el camino. Esta vez, este era grueso y muy alto, al punto de cubrir la extensión del camino por completo. “Y ahora, ¿cómo voy a pasar? ¡Es imposible!” Tom se desesperó y comenzó a llorar adentro del auto.
Y como no había otra manera, llamó a su ex esposa explicándole el motivo de la ausencia, pero la señal falló y no logró escuchar lo ella estaba diciendo.
Y con la misma dificultad con la que fue, regresó a su casa, triste y lamentando todo lo ocurrido. Después de algunas horas, llegó a su casa todo sucio, los ojos con lágrimas y la angustia estampada en el rostro.
Cuando abrió la puerta…
– ¡¡¡¡Papaaaaaaaaaaaaaá!!!!
El hijo de Tom salió corriendo por el pasillo de la casa del padre en su dirección, con aquella sonrisa de ternura que solo un niño sabe dar. Y aquella frustración resultante de todo el sacrificio que parecía haber sido en vano, no fue suficiente para estropear la realización del sueño de volver a ver a su hijo el día de su cumpleaños, aun de una forma totalmente inusitada y sorprendente.
Para reflexionar
¿Cuántos sacrificios usted hizo ya y parece que no valieron la pena? Los sacrificios valen la pena, y usted se da cuenta de eso cuando ve que su sueño se realiza en el momento que menos se imagina o lo espera.
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