Cierto día, un gran y renombrado médico estaba de paso por una ciudad y se encontró con algunos enfermos, que, al verlo, fueron rápidamente a su encuentro y llamaron su atención con gritos de socorro, para que los ayudara a liberarse de un mal llamado lepra.
En ese momento, el médico, sin pestañear y libre de la intención de tener alguna recompensa, decidió dedicar todo su tiempo para hacer lo que fuera necesario para transformar la vida de aquellas personas.
Uno a uno, todos fueron curados, sin embargo, apenas uno de ellos tuvo la digna actitud de regresar y, de rodillas, agradecerle lo que había hecho.
Esa historia está basada en Lucas 17:11-19: “Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Al entrar en una aldea, Le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: -¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando Él los vio, les dijo: -Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que, mientras iban, quedaron limpios.
Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a Sus pies dándole gracias. Éste era samaritano. Jesús le preguntó: -¿No son diez los que han quedado limpios? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviera y diera gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: -Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”
Para reflexionar
Y usted, ¿dejaría todo para ayudar a su prójimo? Y en el lugar del leproso, después de la cura, ¿cuál sería su primera actitud?