Dios desciende de su Trono de gloria para manifestarse en medio de Su pueblo
Desde la creación de todas las cosas hasta el nacimiento del Señor Jesucristo, todo el universo fue testigo de la manifestación poderosa del Dios-Padre; bastaba que la palabra saliera de Su boca para que las cosas que no existían pasaran a existir.
Con respecto a esto, el salmista afirmó:
“Bendice, alma mía, al Señor. Señor, Dios mío, mucho te has engrandecido; Te has vestido de gloria y de magnificencia. El que se cubre de luz como de vestidura, Que extiende los cielos como una cortina, que establece sus aposentos entre las aguas, El que pone las nubes por su carroza, El que anda sobre las alas del viento” Salmos 104.1-3.
Si, el Dios- Padre, manifestó su gloria en este mundo, en especial en la formación de su pueblo escogido e instalado en Israel. Los patriarcas, reyes, jueces, profetas y sacerdotes experimentaron la fuerza de Su poder de tal forma que hasta hoy, cuando recordamos sus experiencias, nuestro ser se regocija de poder y gloria por Su presencia.
El Dios-Padre descendía de Su trono de gloria para manifestarse en medio a Su pueblo. Él nunca fue un Creador distante de Sus criaturas; siempre participó de la historia humana, mostrándole, a todas las generaciones, que sólo Él es el Señor y Dios. Todas las veces que Dios hablaba con su pueblo a través de un patriarca, un profeta, rey o juez, era la manifestación evidente del Dios-Padre, aunque el Dios-Hijo y el Dios-Espíritu Santo estuvieran en Él y con Él. Además, el Dios-Espíritu Santo siempre acompañó la Obra, tanto del Dios-Padre como del Dios-Hijo. Una prueba de esto la encontramos en los primeros versículos de la Biblia:
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” Génesis, 1.1-2.
Entonces, de inmediato constatamos las dos Personas de la Santísima Trinidad en estos dos versículos. También, hay muchos otros pasajes en el Antiguo Testamento que confirma estos dos personajes.
Al mismo tiempo que el Dios-Padre trabajaba junto a Su pueblo aquí, en la Tierra, anunciando la venida del Mesías, es decir, de Dios-Hijo como el Salvador de la humanidad, sobre Él profetizó Isaías:
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. ” Isaías 9:6
Y sobre Su sacrificio el mismo profeta afirmó:
“¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo del Señor? Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.” Isaías 53.1-3
Cuando finalmente nació el Señor Jesús, entonces el Dios-Padre pasó a hablar a través de Su Hijo, según la epístola a los Hebreos:
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.” Hebreos 1:1,2
(*) Texto extraído del Libro “El Espíritu Santo”, del obispo Edir Macedo.