El Señor Jesús mantuvo Su naturaleza humana, para poder servir como sacrificio por todas las personas
“… el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos.” Hebreos 1:3,4
Antes de definir la posición del Señor Jesús en la tierra en relación a la Santísima Trinidad, queremos dejar bien en claro que, antes de que Él naciese de la Virgen María, por obra y gracia del Espíritu Santo, Él ya estaba sentado en el trono de gloria, porque sobre Él está escrito:
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” Juan 1:1?3
El Verbo, que era al principio, es el mismo Señor Jesús; y sobre Él también encontramos otra cita que Lo identifica junto al Dios-Padre antes de venir al mundo: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.”, (Juan 1:18).
El Señor Jesús fue la única persona que, desde el punto de vista humano, tuvo madre pero no tuvo padre; y desde el punto de vista espiritual, tiene Padre, pero no tiene madre. Esto indica sus dos naturalezas: la humana y la espiritual. Está claro que Su parte espiritual siempre existió, conforme ya hemos visto; sin embargo, la parte humana pasó a existir con el acontecimiento de Su nacimiento por obra del Espíritu de la Trinidad.
Por otro lado, conviene observar que, durante toda Su existencia humana, Él nunca usó Su naturaleza espiritual, pues si esto hubiera sucedido Su sacrificio quedaría invalidado.
Tenía que vivir como cualquier otro hombre, pues aún siendo Hijo de Dios, se despojó de toda Su plenitud de gloria para asumir la posición de “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.”, (Juan 1:29). La prueba de esto se ve cuando el diablo lo tentó para que convirtiera las piedras en pan y Él no lo hizo. Si Jesús, por acaso, hubiese cedido ante aquella tentación y hubiera convertido las piedras en pan, entonces habría estado usando los recursos divinos y en consecuencia dejando, solo por unos momentos, Su naturaleza humana.
Entonces, ya no habría servido como Cordero para el sacrificio, pues si hubiera usado sus propios recursos para transformar las piedras en pan, podría también haber utilizado los mismos recursos para no sufrir como Cordero del sacrificio. Su naturaleza humana perduró continuamente hasta la muerte, tanto es así que, en muchos pasajes de la Biblia, encontramos Sus expresiones humanas, tales como: “Jesús lloró”, (Juan 11:35), “… Jesús dormía”, (Mateo 8:24); en la cruz, dijo: “Tengo sed”, (Jueces 4:19; Juan 19:28), “después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre”, (Mateo 4:2), etc. Por estas evidencias podemos constatar que el Señor Jesús mantuvo Su naturaleza humana, para poder servir como sacrificio por todas las personas.
Dios había determinado lo siguiente: “… el alma que pecare, morirá”, (Ezequiel 18:4). Habiendo cometido Adán el pecado, no solo estaba condenándose a sí mismo a morir, sino que también estaba pasando a toda la humanidad la semilla del pecado y, en consecuencia, la muerte.
Mientras que, por otro lado, para traer salvación a la humanidad, determinó el Señor Dios-Padre: “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (en un sinfín de versículos como, por ejemplo, en Levítico), porque en la sangre está la vida. De ahí, la institución del sacrificio de animales. Todas las ocasiones en que el pueblo de Israel cometía un pecado, traía al sacerdote judío un determinado animal, de acuerdo con el pecado cometido. El sacerdote, entonces, sacrificaba al animal para purificar al pecador.