En 1859, algunas regiones del Sol manifestaron explosiones luminosas de intensa actividad magnética. En la Tierra, aproximadamente a 150 millones de quilómetros, los efectos se sintieron en 8 minutos y 18 segundos, tiempo que la luz del astro rey demora para llegar aquí. Auroras luminosas aparecieron en el cielo nocturno en lugares donde no es común y la red de telégrafo de la época funcionó apenas con la corriente eléctrica, que aumentó en la atmósfera cuando la onda solar alcanzó nuestro campo magnético.
Aunque otras manchas y tempestades solares hayan ocurrido desde aquella época, ninguna fue tan intensa. Pero, el impacto de algo parecido en un mundo conectado 24 horas por día y dependiente de satélites sería desastroso.
En la provincia canadiense de Quebec, en 1989, una tempestad solar con dos tercios de la intensidad de la de 1859 causó un apagón total de la red eléctrica local. Si hubiera llegado a ser tan fuerte como la de mediados del siglo 19, transformadores de casi todo el planeta simplemente se hubieran quemado, y su remplazo hubiera sido un problema de largo plazo, comprometiendo todos los sectores de la sociedad.
Científicos de todo el planeta han alertado que la actividad solar tenderá a aumentar en los próximos años. Consecuentemente, el calor también se elevará, aumentando la probabilidad de huracanes y ciclones (como el Catarina, foto adjunta, que causó mucha destrucción en el sur de Brasil en el 2004).
Algunos cristianos afirman que la Biblia prevé esos fenómenos, y que el crecimiento de esas tempestades solares es un presagio del fin previsto en el libro del Apocalipsis, que anticipa en poco tiempo la vuelta de Jesús.
Directa e indirectamente, un calentamiento más allá de lo normal, estaría relacionado con algunas plagas previstas en el último libro de las Escrituras:
“Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios.
Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen.” Apocalipsis 16:1-2
En tiempos de gran incidencia de cáncer de piel, por causa de la radiación del sol (y de mucho lobby para vender filtros solares), las “llagas malignas” son completamente posibles. En caso de una mega tempestad solar, o de un aumento persistente en la incidencia de los rayos, sería prácticamente imposible evitar esos efectos.
“El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y éste se convirtió en sangre como de muerto; y murió todo ser vivo que había en el mar.
El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre.” Apocalipsis 16:3-4
Un aumento de la temperatura oceánica (algo que viene sucediendo en algunas regiones del planeta) posibilita la proliferación desenfrenada de algunos tipos de algas que alteran el color del agua de amarillo a marrón, dándole una apariencia rojiza, o de fuego. Esas algas liberan substancias altamente tóxicas, que destruyen la vida acuática a larga escala, alteran el equilibrio de la salinidad e impiden la incidencia de la luz solar a través de la masa de agua. Esa infestación (como la de la foto, que alcanzó la costa de California, Estados Unidos, en el 2005) contaminaría los ríos que desembocan en el mar, lo que se esparciría hacia sus afluentes y nacientes, haciendo que el agua sea imposible de consumir por humanos y animales terrestres que dependen de esta.
“El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego.
Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria.”
Apocalipsis 16:8-9
El aumento de la incidencia solar sería tan grande, que las defensas naturales contra el calor intenso (capas atmosféricas y refrigeración hecha por los polos terrestres y regiones más altas, por ejemplo) serían insuficientes. El efecto invernadero entra en la cuestión.
Advertencia
Aunque una tempestad solar de niveles alarmantes pudiera ser prevista con gran anticipación (algo que todavía no es posible, aun con los actuales recursos tecnológicos), ¿de qué serviría? El hombre simplemente no tendría cómo impedirla.
En todo caso, la cuestión principal del Apocalipsis no es exactamente la destrucción de la Tierra o de la humanidad tal como la conocemos. Lo importante es que todo el libro es una gran advertencia en cuanto al destino de aquellos que realmente son seguidores fieles de Cristo y de aquellos que, por no considerar la Palabra, están destinados a la destrucción en el “gran lago de fuego”. Y “fuego”, aquí, significa algo que consume definitivamente, no sólo físico.
[fotos foto=”Thinkstock, Wikimedia, NOAA, NASA”]
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