Cometer un pecado lejos de todo el mundo significa que nadie lo sabe… ¿Será así? ¿Y Dios dónde queda en esa historia? Claro que en el auge de las emociones, cuando el pecado está latente, nadie piensa en eso, lo que importa es que no hay más nadie allí.
Entonces, si Dios ve todo, conoce las intenciones, lo que el ser humano piensa y hace, ¿por qué es necesario que el pecado sea confesado?
“El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia.” Proverbios 28:13
Hay quien comete pecados, pero no se da cuenta de lo perverso que fue, o quien no quiere tocar el tema de nuevo. También hay quien ignora el hecho y vive el lema: “Otros hacen cosas peores.”
Entonces, el pecado queda allí, en un rinconcito del corazón, de la mente, y siempre obstruye, como aquella etiqueta en la camiseta, o ese zapato apretado o aquella alarma del auto del vecino que no deja de sonar.
Asumir su error es concientizarse de que no puede volver a hacer lo mismo. Decirle a Dios lo que hizo y confesar que pensó sobre el tema y que no desea más tener la misma postura.
“Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.” Santiago 5:16
¿Y confesarle que se equivocó a una persona cercana? ¿Tarea fácil? ¡Claro que no!, pero el versículo de Santiago afirma que es necesario para que se produzca la cura.
Quien busca cura, necesita confesarse ante el otro y ante sí mismo.
La confesión de un pecado tiene un gran poder en el mundo espiritual. De esa forma es que llega la misericordia del Señor y transforma a aquel pecador en un victorioso y en un conquistador, bendecido.
“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.” 1 Juan 1:9
El perdón y la purificación sólo dependen de la confesión de los pecados. No hay forma de poner agua pura en una botella sucia.
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