En el período pre-monárquico de Israel, la base de la economía era la subsistencia, contando con pequeños productores proveyendo a sus familias y negociando el excedente por medio del trueque (intercambio de mercaderías, como se ve en la ilustración). Se convenía, por ejemplo, cierto peso de granos de trigo que valían un cabrito. Con el tiempo, antes de adoptar el dinero como moneda de cambio, otros objetos servían como moneda, como ser piedras y metales preciosos.
Después del surgimiento de la monarquía, la vida nómade fue substituida gradualmente por la casa fija. Surgieron las villas y ciudades. Aun en el campo había agricultores, incluso en las cercanías a las ciudades; al igual que dueños de rebaños. Por lo tanto, actividades eminentemente urbanas pasaron a ser más notorias, pero ya no producían más bienes de consumo propio. La escala de producción era un poco mayor, y quien antes hacía para sí mismo se convirtió en proveedor del mercado local o de otros mercados, tanto cercanos como distantes. Prosperaban las actividades como la alfarería (básicamente, la producción de ladrillos y tejas), cerámica (potes, lámparas y vasos), perfilamiento de piedras para construcción (como bloques y revestimientos), panificación, tintura, carpintería, pequeña metalurgia y otros, que alimentaban el comercio urbano; así como los servicios, generalmente concentrados en los mercados, centros nerviosos de pequeñas y grandes comunidades, o ferias de nómades fuera de los límites de las ciudades, pero no distantes.
La mayor parte de las transacciones comerciales era urbana, o de corta distancia, entre ciudades grandes y pequeñas de la misma región. En los mercados permanentes o ferias semanales se encontraban productos como los hortícolas de pequeños productores de los alrededores, como granos, frutas, miel, legumbres, vino, aceites, lácteos, peces, carnes y también, animales vivos. La producción fabril en pequeña escala, llevó a los mercados las herramientas, cestas, tejidos, armas, cerámicas, tiendas, muebles y otros utensilios tan necesarios en lo cotidiano de la época.
Aun era bastante practicado el trueque. Un criador de ovejas intercambiaba uno de sus animales por el trigo que su familia necesitaba, herramientas para el trabajo del suelo o tejidos, de acuerdo con el valor estipulado entre los ítems. Un pescador intercambiaba peces por otras mercaderías que necesitara. El uso de minerales preciosos sustituyó el intercambio directo de a poco, debido a que daba más libertad de trueque, además de ser mucho más práctico. El peso aun era bastante usado como valor principal. Hallazgos arqueológicos fechados del siglo 8 en adelante lo demuestran, se encontraron pesos de piedra utilizados en las balanzas rústicas, con las indicaciones talladas en la parte superior, éstos no eran raros.
Los caminos entre las ciudades eran variados: recorridos libres en pleno desierto, largas calles y simples sendas siguiendo el relieve local. El transporte interurbano de mercaderías se hacía básicamente a lomo de burro, animal que vencía sin grandes dificultades terrenos irregulares y aguantaba un peso considerable, aunque la velocidad no fuera alta. Con el advenimiento de la monarquía y de los impuestos (acoplados en los precios de las propias mercaderías), las calles fueron mejoradas, y creció el uso de carrozas y carros de buey, lo que posibilitaba cargas mayores por viaje.
El transporte terrestre de mercaderías por medio de la tracción animal también posibilitaba el comercio de larga distancia, entre reinos, que ya tenían sus tratados comerciales internacionales. La ruta Via Maris (“camino del mar”, en latín) era bastante conocida, unía Egipto a la Mesopotamia pasando por la costa al este del Mediterráneo y Siria. El camino principal tenía diversas ramificaciones que garantizaban el acceso a las regiones más cercanas. Otro camino importante de los tiempos bíblicos era la Ruta de los Reyes, en Transjordania, en el eje norte-sur del mapa.
A lo largo de los caminos, las mayores ciudades, servían como paradas donde había tanto almacenamiento de mercaderías como hospedajes para los mercaderes viajantes, entre ellas estaban Ascalón, Megido, Gezer, Hazor y Dan. Parte de las mercaderías transportadas por las grandes caravanas también se podían comercializar en los grandes mercados de esas ciudades, para la subsistencia de los propios viajes. Hay señales muy evidentes de esos mercados abiertos como los de Dan, incluso, de locales en Ascalón, descubiertos en hallazgos arqueológicos recientes. Las grandes caravanas de camellos eran de suma importancia para la época. El contacto entre culturas diferentes enriqueció mucho las costumbres de esos paradores comerciales, evidentes en la alimentación, en el vestuario y también en la arquitectura, al igual que en las propias lenguas, que empezaron a “ceder” palabras y expresiones unas de otras.
De este modo, el comercio tenía (y tiene aun) un papel mucho más importante para la sociedad que solo el trueque de mercaderías.
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