Para que la fe se manifieste es necesario que haya coraje y para que haya coraje es necesaria una indignación contra la situación, lo que exige la acción de la fe. La indignación, en este aspecto, viene a ser, entonces, la madre del coraje, que, a su vez, impulsa una actitud de fe. El Señor Jesús es el Autor y Consumador de la fe; Él nos ha dado el don de la fe sobrenatural para que la ejercitemos en el cumplimiento de Su Palabra.
La Biblia muestra que Dios permite la acción del diablo en el mundo, aunque su tiempo ya esté determinado (Apocalipsis 2:10; 12:9), pero, en compensación, nos dio un arma capaz de neutralizar toda y cualquier acción maligna: la espada del Espíritu Santo, que es Su Palabra.
La fe que tenemos en el corazón fue depositada por el Espíritu de Dios para que la usemos como única arma contra todo mal. Sabemos que toda y cualquier conquista tiene un precio, y el precio del bien es la victoria sobre el mal. No se puede conquistar definitivamente nada bueno sin antes haber vencido completamente al mal.
El Señor Jesús dejó esto bien en claro al enseñar que cuando el valiente guarda la casa están seguros todos sus bienes; sin embargo, al sobrevenir uno más valiente, lo vence y le toma todo. Este ha sido el principio de la victoria desde el inicio de la humanidad. ¡Vence aquel que es más fuerte!
La historia de los hijos de Israel muestra esto claramente. La Tierra de Canaán fue prometida a Abraham, a Isaac y a Jacob. Pero, para que los hijos de Israel pudiesen vivir en ella y gozar de todos sus beneficios, fue necesario desalojar a todos los habitantes intrusos que allí estaban.
La orden de Dios era que Su pueblo derrotase completamente a los enemigos. No podría haber alianzas, concesiones o excepciones. El pueblo no podría tener pena del enemigo bajo ninguna hipótesis. El espíritu de lucha, de guerra, que lleva hacia la victoria, tiene que ser ese. ¡La victoria tiene que ser total y completa!
Lo mismo también sucede con los cristianos. El Señor Jesús nos prometió la vida con abundancia; pero, para que esto se vuelva una realidad, es necesario luchar y vencer completamente al enemigo y conquistarla. El cristiano no puede apenas “olvidarse” o dejar al enemigo “desmayado”.
La victoria del bien sobre el mal solo es posible si existe un enfrentamiento directo. El diablo no puede seguir dominando y apoderándose de aquello que nos fue prometido a nosotros. Pienso que esta es la causa del fracaso de la mayoría de los cristianos. Muchos han pensado que, por el hecho de haber sido lavados en la Sangre del Señor Jesús, ser bautizados con el Espíritu Santo y ser fieles a la Iglesia, serán automáticamente bendecidos aquí en la Tierra. ¡No! ¡Y mil veces, no!
Para tener la vida abundante prometida, existe la necesidad de luchar contra aquel que ha bloqueado el camino y vencerlo. De lo contrario, la promesa se convertirá en un espejismo. ¡Nuestro Señor dijo claramente que no vino a traer paz a la Tierra, sino espada! ¡Y esta es un arma de ataque y defensa! ¡Si no utilizamos la espada del Espíritu contra el diablo, él usará la suya contra nosotros!
¡Si nosotros la tenemos y no la usamos contra nuestro enemigo número uno, entonces jamás conquistaremos nuestra tierra prometida! La orden es atacar, vencer y conquistar. La verdadera fe solamente se completa en nuestro corazón cuando es movida por la indignación santa contra el enemigo y todo lo que nos oprime.
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