El trajín diario y la preocupación por las cosas han sacado a las personas de su objetivo. El deseo de tener y ser más ocupa lugares que, al principio, eran de Dios.
“Ninguno puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” Mateo 6:24
Siempre que nos concentramos en algo es difícil dividir la atención y la dedicación en dos cosas diferentes. Hay quien tiene como objetivo de vida tener eso o aquello, hacer un gran viaje, estar en una situación económica favorable, para eso, se dedica exclusivamente al trabajo, dejando otras cosas de lado, como su vida espiritual.
El ímpetu de buscar siempre más ocupa el tiempo. La vida profesional termina ocupando el espacio de la dedicación a Dios. Las demás cosas empiezan a ser más importantes; otros compromisos, otras reuniones, y de esa forma la vida adquiere nuevos objetivos.
“Por tanto os digo: No os angustiéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido?” Mateo 6:25
Dedicarse a alguien requiere tiempo, deseos de agradar, de estar cerca, de hacer lo que es correcto. La dedicación a Dios no es diferente. Es necesario desear estar con Él y dedicar su vida a servirlo. Sin embargo, el servicio requiere despreciar lo que pueda quitar su atención, su objetivo.
Por eso es que el primer versículo aquí, dice que no podemos servir a señores distintos, pues, con seguridad, amará a uno y dejará al otro de lado.
Quien desea servir a Dios, no puede servir también a las riquezas ni a nada que quite la dedicación al Señor. Si lo ponemos a Él en el centro, nada ni nadie más puede tomar Su lugar.
“… Buscad primeramente el Reino de Dios y Su Justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que no os angustiéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propia preocupación. Basta a cada día su propio mal.” Mateo 6:33-34
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