Infelizmente esta ha sido la puerta principal de acceso de los demonios dentro de algunas iglesias, porque estas se aproximan a los dones del Espíritu Santo, y más específicamente al don de profecía. No es que haya algo equivocado en este don, sino en la forma en que se cree en él, la forma totalmente antibíblica en la que es enseñado.
Este don ha sido el de mayor controversia entre el pueblo que lo utiliza, especialmente entre aquellos que, dejando de lado el Espíritu de la Palabra de Dios, se han apegado a la letra, en la forma en la que es presentada.
Muchos alegan las palabras de Pablo a los Corintios, que dicen: “Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis.”, (1 Corintios 14:1).
Olvidándose de buscar “los dones espirituales”, quieren primero servir como profetas. Generalmente las mujeres son las más “usadas” como profetas. No es el pastor, el evangelista, el presbítero, ¡no! Casi siempre son las mujeres. ¿Y por qué? ¿Será una causalidad? No estoy en contra del trabajo femenino dentro de la Iglesia del Señor. Al contrario, veo en su servicio algo de suma importancia. Si no fuese por auxilio de las obreras en la Iglesia Universal, esta jamás existiría.
Sin embargo, entre el sexo masculino y femenino, hemos verificado que la mujer es más manejable y susceptible de creer al diablo, fíjese en la propia historia bíblica: fue Eva quien escuchó al diablo e indujo a Adán al pecado; fue Sara quien instigó a Abraham a poseer a su empleada Agar para que le diese un hijo, y de allí nacieron las dos grandes naciones de Oriente, que pelean hasta hoy: Israel y la Liga Árabe; fue Dalila quien hizo caer a Sansón en el error delante de Dios; fue Betsabé quien llevó al rey David a caer en pecado; fue Jezabel quien indujo al rey Acab a prostituir al pueblo de Israel contra Dios.
Entonces, podemos constatar que así como el diablo encontró receptividad en las mujeres del pasado, también encuentra lo mismo en las mujeres del presente, y en especial en las que se dejan llevar por las emociones de la vanidad.
En algunas iglesias, generalmente, cuando la mujer no encuentra cariño y apoyo por parte del marido, y se siente sola incluso dentro de la iglesia, el diablo se presenta de forma sutil, ofreciéndole un “don”, diciéndole que la hará muy conocida y respetada por todos, teniendo más autoridad que el propio pastor en la iglesia. Entonces, en una reunión de oración o vigilia, ella levanta la voz en un tono totalmente diferente e inicia su jornada de profecías. El pastor, que no tiene mucho conocimiento sobre el asunto, termina aceptando “esas profecías” como si fueran de Dios.
La profecía de la que trata este don no tiene nada de adivinación del futuro, como vulgarmente se acostumbra a decir. Sin embargo, se trata de una palabra inspirada y dirigida por el Espíritu de Dios con un objetivo específico, conforme el propio apóstol Pablo advierte: “Pero el que profetiza habla a los hombres para
edificación, exhortación y consolación. El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia.”, (1 Corintios 14:3, 4).
Cuando la profecía trae dudas y confusión, como es normal en ciertas congregaciones, ¿qué provecho hay en esto, sino el de destruir aquello que fue construido con tanto sacrificio?
Realmente, el ministerio de profecía o de los profetas fue muy usado antes, en la construcción de la nación de Israel. En aquella oportunidad, Dios se manifestaba a Su pueblo exclusivamente a través de sus profetas, que eran ungidos con esta finalidad, conforme está escrito: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.” Hebreos 1:1, 2
Así, era común en aquella época consultar a los profetas para saber cuál era el plan de Dios o Su voluntad para determinadas cosas. Los reyes de Israel acostumbraban consultar a los profetas de sus respectivas épocas para saber si deberían o no ir a la guerra contra determinados países.
Cuando vino el Señor Jesús, Dios comenzó a hablar con la humanidad a través de Él, que, en consecuencia, hablaba de acuerdo con la Palabra ya profetizada por Sus profetas. Hoy, sin embargo, Dios habla con la humanidad a través de Su Santa Palabra, iluminada por Su Espíritu.
Entonces, si analizamos con atención, a través de la fe, de la inteligencia y de la razón, concluiremos, naturalmente, que Dios no tiene necesidad de hablarnos a través de los profetas como en la antigüedad; pues, si además de Su Palabra, hablara a través de profecías, Su pueblo inmediatamente despreciaría Su Palabra para solamente oír a los profetas. Imagine ahora, mi amigo lector, las consecuencias dramáticas…
Además, todos los creyentes que han vivido por la “…certeza de las cosas que se esperan, la convicción de hechos que no se ven”, o sea, por la fe, ¡dejarían a un lado esto para comenzar a amoldar su vida a la certeza de hechos que se ven! ¡Lo que sería un absurdo completo y total!
Tal vez el lector piense que nos oponemos radicalmente a la profecía o don de profecías, pero esto no es verdad, pues creemos en este don, así como en las profecías. Pero cuando sucede absolutamente reproduciendo la Palabra de Dios; es decir, cuando la profecía es proclamada de tal forma que no deja sombra de dudas, y por personas cuyas vidas han servido como ejemplo, no solamente dentro, sino fuera de la iglesia, y sobre todo dentro de su propia casa.
Texto extraído del libro “El Espíritu Santo” del obispo Edir Macedo