Todo padre quiere siempre lo mejor para su hijo y desea que él no tenga que pasar por las dificultades que él pasó en su vida. Busca protegerlo de los peligros y que solo ande por el camino correcto. Pero, ¿cómo es posible educar a un niño y pasarle sus experiencias? Fue con esa pregunta que el obispo Edir Macedo comenzó la “Reunión del Encuentro con Dios”, a las 9:30 de la mañana, en el Cenáculo del Espíritu Santo en Santo Amaro (San Pablo), el domingo 21 de octubre.
El obispo habló sobre las etapas de la vida: “Cuando se es niño todo es muy lindo, sin embargo, con el pasar del tiempo, los hijos van creciendo y surgen los problemas. Usted abraza al niño, le cambia los pañales, es una maravilla, pero después cuando llega la edad adulta, la cosa cambia. Durante toda la vida, esa criatura está unida a usted. Todo lo que ella sufre lo transfiere a usted.”
Según el obispo, por amar a los hijos, es normal que los padre no quieran verlos pasando por los mismos sufrimientos que ya pasaron. “Solo quien es padre o madre sabe de lo que estoy hablando. La gente habla, enseña, pero parece que quedamos fuera de la conversación. Sufrimos, gemimos, aullamos de dolor, pero, ¿qué podemos hacer? ¿Cómo usted puede llegar a ese niño y hacerlo de acuerdo con sus principios y su carácter?
Ante el silencio, el obispo Edir Macedo dijo que hay una manera de enseñarles a los hijos el camino de la justicia. “La Biblia nos da la receta. Ella es como una brújula que dirige nuestra vida al camino de la felicidad. La Biblia muestra que Dios es Padre. Solo el Espíritu de Dios, puede transmitir eso, solo el mismo Dios en persona. Ni un ángel puede hacer eso, ni un arcángel, ni un querubín ni un serafín, solo el Espíritu Santo.”
Él afirma que cuando se produce el verdadero encuentro con Dios, no se trata de ser curado, libre de los vicios, alcanzar la paz o mejorar financieramente: “El Espíritu Santo no mejora la vida de nadie, Él transforma la vida de las personas. Dá una nueva mente, un nuevo corazón. Cambia la naturaleza de las personas y hace de usted un hijo o una hija de Dios.”
El obispo aclaró que la transformación es tan profunda que nuestra cabeza también cambia. “No es más como la cabeza de las personas de este mundo. Su corazón no es más pasional como las personas de este mundo. Usted pasa a ser un testimonio y no, simplemente, alguien que cuenta testimonios”, concluyó.