Las luces artificiales de la ciudad, a veces, nos impiden ver elementos de la naturaleza sorprendentes. Es el caso de las luciérnagas, esos pequeños insectos que iluminan a su paso, cualquier ambiente oscuro. Por este motivo, es mucho más común encontrarse con uno de éstos en zonas rurales, que en centros urbanos.
Los lampíridos, a cuya familia pertenecen, producen luz y brillan en la oscuridad de la noche por tres motivos: defensa, caza y reproducción. Los colores varían dentro de la misma especie, pueden ser verdosas, amarillentas, anaranjadas o incluso, rojizas.
Cuando un predador se aproxima, la luciérnaga inmediatamente emite luz, para asustarlo y apartarlo. Pero con la misma luz, también logra atraer a su caza, que, en su mayoría, son termitas, mariposas y hormigas.
El brillo también funciona para llamar la atención del sexo opuesto para la reproducción, es como un código. El macho emite la luz para avisar que está aproximándose y la hembra emite la luz, para avisar dónde está.
¿Cómo sucede eso?
El organismo de la luciérnaga tiene diversas reacciones químicas causadas con el consumo de oxígeno. Ese proceso libera mucha energía, transformándola en una luz fría. Aproximadamente el 95% de la energía producida se transforma en luz y sólo el 5% en calor.
El tejido que emite la luz está unido a la tráquea y al cerebro, dando al insecto total control de la emisión a través de sus órganos “luminosos” localizados en la parte inferior de los segmentos abdominales y, en algunos casos, en la cabeza de la luciérnaga.
Extinción
La intensa iluminación de los centros urbanos interfiere en la bioluminiscencia de la luciérnaga, pudiendo llevarlas a la extinción en ese medio, por interferir directamente en la reproducción del insecto.