Después de la muerte de Moisés, Dios designó a Josué para que liderara a Su pueblo por el desierto rumbo a la Tierra Prometida, en ese entonces llamada Canaán. Mucha veces, aunque el profeta pudiera dudar, el Señor lo incentivaba para que sea fuerte y corajudo, pues le había dado condiciones para vencer el histórico desafío (Josué 1:6-9).
Fue realizada la famosa travesía del Jordán y los hebreos pisaron por primera vez el suelo prometido por el Padre, ellos notaron que la región estaba habitada por otros pueblos. Habían llegado a lo que Dios les había prometido, pero tendrían que luchar para tomar posesión. Los habitantes originarios estaban en ciudades independientes y muy protegidas por murallas. Ninguno de ellos estaba, obviamente, dispuesto a dejar sus tierras y posesiones. Josué fue una figura clave en la conquista de esos pequeños reinos, en una interacción entre la dependencia de Dios y astutas estrategias de guerra.
La segunda separación de las aguas
El momento en que las aguas del Mar Rojo se abrieron para que los hebreos pasaran bajo el liderazgo de Moisés, huyendo de los egipcios, es muy conocido. Sin embargo, hubo otra separación de las aguas: la ya citada travesía del Jordán. En ese momento, el curso de agua estaba en uno de sus períodos de mayor caudal, pues acababa de recibir las aguas del deshielo del monte Hermón. Cuando el Arca de la Alianza pasó, antes que el ejército de Josué, el río fue detenido milagrosamente, hasta que la preciosa arca llegó al otro lado segura (Josué 3:1-4 y 24).
El retorno de la circuncisión
Durante la peregrinación de 40 años por el desierto, la circuncisión fue un poco descuidada. En Gilgal, Josué determinó que el procedimiento fuera retomado con rigor, en el sentido de reafirmar la alianza de los israelitas con Dios (Josué 5:1-12).
Una de las ciudades más antiguas del planeta, Jericó, era el punto de control del camino que atravesaba el área central de Canaán. Era, por lo tanto, de vital importancia que la ciudad fuera tomada, pero sus murallas imponentes y aparentemente insuperables eran un obstáculo. Cuando hacía el reconocimiento del terreno, Josué fue visitado por un ángel guerrero que le recordó que la batalla no era del líder hebreo, sino de Dios (Josué 5:13-15).
La estrategia fue extraña: las murallas cayeron después de que el ejército de Josué rodeara a la ciudad ininterrumpidamente durante 7 días, en marcha de adoración a Dios, al son de trompetas (Josué 8:1-29). Con la ruptura del muro, los israelitas entraron y conquistaron.
El pecado derrumba a Israel
En Josué 7:1-5, vemos que el hebreo Acán cayó en tentación y tomó un poco del anatema de Jericó (las riquezas saqueadas de los habitantes originarios). Inmediatamente después, cuando el ejército israelita intentó conquistar la ciudad de Hai, perdió siendo humillado por sus habitantes. La derrota se dio debido al pecado del robo del anatema, que pertenecía a la casa de Dios. Josué se postró ante el Señor, pidiendo perdón por su pueblo, y le fue concedido. Hai fue conquistada después de muchas batallas y emboscadas (como muestra Josué 8). El pueblo siguió rumbo a Gabaón.
Renovada la alianza
En el monte Ebal, Josué construyó un altar y renovó la alianza entre Israel y Dios (Josué 8:30-35). Descendió a Gabaón, los gabaonitas intentaron un acuerdo de paz, pero fueron condenados a trabajos forzados (Josué 9). El ejército de Dios tuvo que defender la ciudad de los ataques de otros reinos de Canaán.
La porción sur de Canaán fue conquistada ciudad tras ciudad, e Israel pasó a tener el control de la región (Josué 10).
La conquista del Norte
Canaán estaba dividida en dos partes: los reinos del sur, dominados por Israel, y el del norte. La importante ciudad al norte de Hazor fue conquistada por Josué y, a partir de allí, toda el área.
Aproximadamente 30 años después de la travesía del Jordán, Canaán era completamente de los hebreos. Incluso, algunos focos de resistencia permanecen en algunas áreas.
La muerte del honrado líder
Siquem fue el último punto del largo viaje de Josué en el liderazgo de su pueblo. Cuando era de edad avanzada, renovó nuevamente la alianza de su pueblo, que insistía en el pecado, con Dios (Josué 24).
El líder sucesor de Moisés tuvo una larga vida, muriendo a los 110 años, enterrado en la ciudad – donde hasta hoy su tumba es visitada. Thinkstock, Wikimedia
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