Al despertar por la mañana, él abre la ventana. Un cielo azul con algunas nubes. Va a ducharse. Unos 10 minutos después, ya bañado, regresa a la ventana del cuarto. El tiempo está nublado, pero no llueve. La calle está seca.
Baja feliz de la vida por no tener que llevarse el paraguas. ¡Qué objeto incómodo!
Sin embargo, al salir del ascensor y llegar al jardín… ¡llueve!
Él y el vecino, que tuvo la misma sorpresa:
-¡Qué lindo! ¿No?
-Sí…
Allá va, en el ascensor. Entra en el departamento. Con una expresión no muy animada, toma el paraguas grande del armario y se coloca un impermeable. En el ascensor nuevamente, descendiendo, va quitando la protección del paraguas y colocándola en el bolso. Sale del ascensor, llega al jardín…
¿A dónde fue la lluvia que caía minutos antes? La calle se está secando.
Al ascensor de vuelta, guarda el paraguas en el armario, se saca el impermeable y desciende nuevamente.
El portero dice:
-Buen día, señor. ¿No es mejor que lleve el paraguas? Mire que…
Ni responde. Encoge los hombros, llega a la vereda y va rumbo al trabajo.
Entre la parada del ómnibus en que desciende y el edificio en que trabaja, hay una cuadra descubierta, sin toldos… No es necesario decir lo que sucedió, ¿o sí?
Al entrar en la oficina, los colegas se espantan con el rastro de agua que va dejando en el suelo.
Por su expresión, les parece mejor no comentar nada.
Pero seguro que…
“Yo, la sabiduría, habito con la cordura,?Y hallo la ciencia de los consejos.”
Proverbios 8:12