El mundo está hecho de ideas. Una idea puede revolucionar cualquier tipo de negocio, sea en la industria, en el comercio o en la prestación de servicios. Por eso, ni una gran idea es autoejecutable. Quiere decir, una idea nada puede hacer por sí sola, alguien necesita ponerla en práctica. Naturalmente, esa práctica exige un sacrificio.
Ahora, si hombres sin cualquier intimidad con Dios han alcanzado éxito porque son capaces de tener ideas millonarias, ¿imagine los que tienen un compromiso con el Eterno Creador? Las prestadoras de servicios que encontramos en Internet son ejemplos de ideas excelentes que fueron bien ejecutadas por sus idealizadores.
La Revelación Divina es una idea que viene de Dios. “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:27). El verbo revelar significa dar a conocer algo oculto, ignorado o secreto. En general, la Revelación Divina trata de la exposición de la voluntad de Dios y de Sus misterios para la Salvación del ser humano.
Naturalmente, esa Revelación no es dada a todos, sino sólo a los humildes de corazón. Esto es, a los que creen. Por eso, el Señor un día exclamó diciendo: “En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mateo 11:25).
Una única Revelación Divina no tiene precio, primero porque así como un tesoro encontrado, es asombrosamente rica y maravillosa; segundo porque es la mente del Señor Jesucristo en nuestra mente, lo que nos permite ver lo invisible y comprender lo incomprensible, y esto es la contemplación de la visión de Dios.
Por menor que pueda parecer, una Revelación Divina es capaz de transformar el mundo de aquellos que la oyen y la practican. ¡Imagínela como el pan nuestro de cada día!
Veamos algunos hechos que ejemplifican los frutos de la Revelación Divina: Noé y su familia fueron libres de la destrucción del diluvio; Abraham generó varias naciones y llenó la tierra, aun habiendo pasado la edad considerada fértil. Súmese a eso el hecho de que su primera esposa era estéril, pero habiendo pasado el periodo normal de gestación, tuvo un hijo. “El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Dios” (Proverbios 18:22). Ese favor maravilloso es una Revelación Divina. Rebeca fue el fruto de esa Revelación dada a Isaac. Jacob era pobre. Tan pobre que tuvo que trabajar para su suegro rico durante catorce años para pagar el dote de sus hijas y, seis años, para el de su rebaño.
Además de eso, el suegro de Jacob cambió diez veces el valor de su salario. Aún así, debido a una revelación, Jacob se volvió más rico que su suegro. José entró en Egipto como esclavo, pero una revelación le hizo mantener su fe firme para más tarde convertirse en gobernador. Pedro lanzó la red durante toda la noche y no sacó ni un sólo pez. Por eso, cuando el Señor le reveló el lado correcto para pescar, él consiguió llenar dos barcos: “Y entrando en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, le rogó que la apartase de tierra un poco; y sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red.” (Lucas 5:3,5). De hecho, la revelación tiene un doble efecto: sustentar la esperanza de la fe y devastar las dudas. ¡Así ha sido la revelación de la fe!
Una persona de fe es perseverante por naturaleza, porque su fe es fruto de una revelación divina. En el pasado, todos los héroes de la fe vivieron grandes desafíos y dificultades, pero nada de eso la hizo desviar de sus objetivos. Esos hombres sabían que la “gestación” de sus sueños se originaba en el trono de Dios. Ellos habían recibido las promesas por medio de revelaciones del Espíritu de Dios y, por eso, sus sueños se realizaban y los dejaban como testimonios del poder de la fe.
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