Leônidas Gomes de Andrade, de 10 años, tenía una manía bastante común entre los niños y que dejaba a su madre, Josélia Maria, de 40 años, muchas veces, en una situación embarazosa. Cuando tenía 2 años, el niño no dejaba de mentir. Inventaba varias historias para huir de la responsabilidad, tanto en casa como en la escuela y entre familiares. Para peor, era obstinado y desobediente.
“Yo no entendía el porqué de las mentiras. No servía conversar con él, pedirle que deje de inventar historias. No lograba imponerme y eso me angustiaba mucho. A él no le gustaba estudiar y decía que adelantaba la tarea de casa en la escuela solo para no hacerla”, cuenta Josélia, que vivía deprimida con las mentiras de su hijo. Hasta que un día una vecina le aconsejó que lo llevara a la Escuelita Bíblica Infantojuvenil (EBI).
“Todo cambió después del primer domingo. Me quedé maravillada. Vi el cambio al llegar y al salir de la EBI. Él cambió. La mentira se terminó, él se volvió obediente, ayuda más en casa. Él mismo dice que está diferente. La transformación de mi hijo reforzó mi permanencia en la iglesia”, observa.
La técnica en enfermería Luciana Nunes Gabriel, de 34 años, no soportaba más las mentiras de su hijo Fabiano Gabrielo de Azevedo, en ese momento, de 5 años. La creatividad para mentir evolucionaba cada día, al punto de inventar la muerte de su abuelo para ocultar la dificultad que estaba teniendo para entender la explicación de la profesora. “Fue la mayor vergüenza de mi vida. Fue un día horrible. Me quedé shoqueada cuando la profesora me llamó la atención por no comentarle sobre la muerte del abuelo de Fabiano. Llegué a llorar. Fue casi una depresión, no sabía qué más hacer. Al día siguiente, una amiga me aconsejó que lo llevara a la EBI. Allí él conoció la Palabra de Dios y nunca más mintió”, relata Luciana.
Según el psicólogo Jose Mauro da Costa Pereira, los niños aprender a comportarse en el contexto del hogar, en la escuela, en su relacionamiento con otras personas. Él destaca que, de los 4 a los 5 años, algunos tienden a confundir la realidad con la fantasía.
“Los padres deben buscar diferenciar ese comportamiento recordando que los niños más grandes pueden usar la mentira para huir de las responsabilidades, los castigos o la culpa. La actitud de los padres debe ser enfatizar la importancia de decir la verdad, incluso con ejemplos personales, y enseñar que la mentira puede traer prejuicios al propio niño o a terceros. Si la mentira se vuelve un comportamiento usual, debe buscar la ayuda de un profesional para una evaluación psicológica”, orienta.