Jesús habló sobre nuestra guerra en muchas oportunidades, nos advirtió que en algún momento de la vida tendríamos que enfrentarla, bajo la pena de no lograr alcanzar nuestros objetivos, en el transcurrir de nuestra existencia.
Nuestra primera guerra no es exterior, no es contra un enemigo visible. Solo usted y nadie más sabe si la venció o no. Esta guerra es contra nuestro propio YO, nuestros propios sentimientos. No perdonan, no trabajan, no oran, no son honestas, no buscan, no son diezmistas, no claman, no ayunan, no meditan en las orientaciones de Dios y de la Biblia. Muchas personas, que afirman ser cristianas, viven de esta manera, por más que lo ignoran, y estas son señales de que están perdiendo la guerra.
El gran problema es que, ¡si usted y yo no vencemos esta guerra contra los sentimientos que intentan bloquear nuestra fe, aun creyendo en Dios, leyendo la Biblia o yendo a la iglesia, no venceremos! Es exactamente aquí que vemos la importancia del Sacrificio, pues, ¡él nos hace fuertes, permitiéndonos vencer los sentimientos y, consecuentemente, los problemas!