La historia de Caín y Abel es el primer homicidio de la humanidad del que se tiene conocimiento. ¿Pero cómo sucedió todo?
En un momento de ofrenda al Señor, la Palabra dice que Dios se agradó más de lo que Abel entregó (Génesis 4:4-5). Por ese motivo, Caín se airó llegando al punto de quitarle la vida a su hermano (Génesis 4:6-8).
Cuando Dios le pregunta a Caín dónde estaba su hermano Abel, él fue cínico y dijo que no era el dueño de Abel como para saber su paradero (Génesis 4:9). Al tomar conciencia de su pecado, Caín dijo que su pecado no tenía perdón, que saldría de Su presencia y que deseaba ser muerto por quien lo encontrara (Génesis 4:13-15).
La abertura al pecado
Como le sucedió a Caín, ¿cuántas veces logra el pecado domar su vida? Son deseos, envidias, enojos, sentimientos incontrolables capaces de llevarlo a tener actitudes equivocadas y que pueden acarrear grandes consecuencias para siempre.
Lo que le faltó a Caín fue obedecer a Dios; buscarlo, dominando su carne, sus pensamientos y actitudes. Él se dejó llevar por un enojo momentáneo que alcanzó a toda su generación (Génesis 4:16-24).
Caín es un ejemplo de lo que no debemos ser, pensar y hacer. Fue un hombre envidioso y que no se abrió para ser tratado.
Hay tantos “Caín” por ahí. Aquellas personas que se colocan siempre en posición de víctima; dicen que lo de él es mejor, pero que no fue reconocido y se queda indignado por esa causa. En lugar de detenerse y observar la situación, si el error no es de él, simplemente quiere hacer justicia con sus propias manos.
Al revés de Caín, es preciso estar más abierto para ser corregido, para ver cuán equivocado está y cuanto puede mejorar, sin poner la culpa o tener envidia del otro.
Que los “Caín” aprendan a ser cada vez más “Abel” agradando a Dios con su mejor.