Cuando Dios creó la vida, la hizo con tres grandes propósitos: el primero fue para que fuera vivida en abundancia, es decir, con todos sus derechos y privilegios, sin ninguna forma de aflicción, angustia o preocupación. En el plan de la creación de Dios, la vida significa automáticamente vivir la felicidad; el segundo, que ella no tuviera ningún tipo de interrupción provocada por enfermedades, dolores, en fin, cualquier tipo de sufrimiento o muerte; finalmente el tercero, y el principal, fue para que a través de ella mantuviéramos Su gloria por toda la eternidad.
Estos propósitos de Dios con relación a la vida se relacionan perfectamente con los propósitos de un padre humano que planea un hijo, y hace todo lo que le es posible dentro de su capacidad y límite, para que viva de manera bendecida en este mundo, pues el hijo es la gloria del padre. De la misma forma como el padre usa su fe natural para ganar mejor el pan nuestro de cada día, también le enseña a su hijo la forma simple de usar la fe natural, para que también coseche los frutos.
Realmente es verdad que, a veces, el padre, o los padres, les dejan todo preparado a los hijos, sin darles derecho a aprender la ley natural de la vida, y cuando los hijos crecen y se convierten en adultos, no sabiendo cómo enfrentar lo perverso de este mundo, muchas veces se desesperan ante un pequeño problema.
Dios también piensa en Sus hijos y quiere lo mejor para ellos; sin embargo, Él no es como un padre insensato, al contrario, a través de Su Palabra y de Su Espíritu conduce a Sus hijos a un desarrollo propio, a través de la fe sobrenatural.
Es por medio de la fe sobrenatural que los hijos de Dios toman posesión de toda la plenitud de la vida, conforme dijo el Señor: “Mas el justo vivirá por fe” (Hebreos 10:38). En otras palabras: la persona cristiana solamente tendrá una vida abundante, conforme fue prometido por el Señor Jesús, si tuviera la valentía de asumir la fe sobrenatural y colocarla en práctica en su propia vida.
Dios nos ha prometido Sus bendiciones; sin embargo, ¡nosotros jamás tomaremos posesión de ellas, mientras que no actuemos basados en la fe sobrenatural que Él ya nos otorgó!
Solemos decirles a nuestros hijos: no hagas esto, de lo contrario no te doy aquello. Pero los hijos están cansados de desobedecernos y aun así rompemos nuestra palabra, haciendo la voluntad de ellos. Pero “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Números 23:19)
Es decir: Dios no puede romper Su Palabra.
El hombre solo conseguirá vivir la vida que el Señor Jesús prometió, a partir del momento en el que comience a vivir por la fe sobrenatural. No existe otra alternativa.