El Señor Jesús dijo en este pasaje bíblico, que la fe es un poder que nace con el Creador y se extiende a la criatura que depende de Él. Frente a eso, podemos entender porqué Abraham con tan solo trescientos dieciocho hombres escogidos, nacidos en su casa, venció a cuatro reyes al mismo tiempo y, más tarde, dominó el miedo de perder a su único hijo, ofreciéndolo a Dios en sacrificio.
De forma semejante, Moisés rehusó ser llamado hijo de la hija de faraón y prefirió cambiar la gloria del reinado de Egipto por las dificultades del desierto.
Ese poder le dio también audacia a Josué para ordenar que el sol y la luna se detuvieran, casi por un día entero, hasta destruir a todos sus enemigos.
Por la fe, David se atrevió a enfrentar a Goliat, al igual que a todos sus enemigos, y venció a todos; Daniel no tuvo miedo de descender a la cueva de los leones y Sadrac, Mesac y Abed-nego no se intimidaron frente al emperador de Babilonia y a su horno encendido siete veces más fuerte.
¿Qué más se puede añadir para mostrar el verdadero carácter de la fe? Fue por ese poder inconmensurable de Dios, que los cristianos enfrentaron la muerte con la cabeza erguida y las persecuciones a la iglesia primitiva -en el período de las inquisiciones- y en tantos otros momentos de angustia. Así la Biblia define a la fe: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” (Hebreos 11:1).
Esa definición presenta a la fe como algo real y palpable, pero al mismo tiempo invisible. Así es la fe. Hace creer en algo inexistente en el plano de la realidad visible y palpable, revelando las cosas invisibles, mostrándolas como si fuesen objetos concretos. Ahí está el gran poder de la fe: traer a la existencia las cosas que no existen “Dios que da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen” (Romanos 4.17).
De hecho, eso confunde a la sabiduría de este mundo, pues contradice todas las teorías de la razón. La ciencia, por ejemplo, se fundamenta en hechos reales, concretos y visibles. La fe se basa en la certeza de algo invisible. Allí está su misterio y su fuerza. No es emoción. La única manera de distinguir un sentimiento emotivo de un sentimiento de fe es verificar si hay certeza absoluta o no. Si existiera un mínimo de miedo, de preocupación o duda, entonces no es fe, sino una simple emoción.
“Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.” (1 Corintios 1:21).
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