En los tiempos bíblicos, los egipcios ya criaban abejas para la obtención de miel y sus derivados, los cuales se utilizaban para endulzar alimentos, tal como lo hacemos hoy con el azúcar.
Los griegos y los romanos también la usaron, y llegaron a emplear el alimento dorado en sus recetas abundantemente, lo que hacen hasta hoy.
Los hebreos realizaban la extracción de miel silvestre, la mayoría de las veces, con perjuicios a la colmena. La apicultura recién comenzó por influencia de los romanos, quienes dominaron Tierra Santa durante muchos años y ya construían colmenas artificiales; las que posibilitaban la extracción de la sustancia viscosa y amarilla sin quebrar el panal.
Son muchas las metáforas con la miel en la Palabra, no sólo por la dulzura, sino también por ser uno de los más completos alimentos, incluso con propiedades medicinales exploradas en aquellos tiempos.
Ya el libro de Éxodo habla de la sustancia generada por las abejas con el néctar obtenido de las flores y procesado por las encimas digestivas, generando alimento para la colonia y sus larvas.
Las abejas succionan el néctar de las flores y lo depositan en una especie de bolsa dentro de sus cuerpos, en la vesícula nectárea. El azúcar se descompone en dos azúcares más simples – fructosa y glucosa. Llegando a la colmena, el insecto deposita el néctar en los alvéolos, donde pierde gran parte de su agua y obtiene una consistencia más viscosa.
Terapéutico
La miel es muy beneficiosa para la salud por la cantidad de sales minerales y proteínas. Según las flores de donde haya sido extraído el néctar y la acción en el organismo de las abejas, puede contener calcio, cobre, magnesio, hierro, potasio, fósforo, ácido acético y cítrico, vitaminas (C, D, E y del complejo B), además de un considerable nivel de antioxidantes.
Más allá del alto tenor de azúcar (lo que exige moderación en su uso, como la propia Biblia ya lo prevenía), la miel era usada por sus propiedades terapéuticas (la llamada “apiterapia”) ya en los tiempos bíblicos, inclusive antes de que el ser humano supiera algo sobre microorganismos. Estudios más recientes confirman el efecto antibacteriano y fungicida de la sustancia dorada, además de ser cicatrizante. Mucho antes de la época del Antiguo Testamento, era usado en ungüentos para facilitar la cicatrización. Popularmente, es conocido por sus propiedades en el tratamiento de enfermedades respiratorias – ¿quien nunca tomó un jarabe a base de miel para aliviar la tos y los dolores de garganta? Aquí, cabe un alerta: aunque forma parte de la tradición popular, siempre es bueno usar todo tipo de sustancia en los tratamientos de enfermedades con el conocimiento de un médico de confianza.
En la Biblia
Hay muchas referencias a la miel en las Escrituras, generalmente, a raíz de su sabor. De ahí que sea tan común entre los judíos, tanto en sus innumerables recetas como en su simbolismo.
“Los mandamientos del Señor son rectos, que alegran el corazón; El precepto del Señor es puro, que alumbra los ojos.
El temor del Señor es limpio, que permanece para siempre; Los juicios del Señor son verdad, todos justos.
Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado;
Y dulces más que miel, y que la que destila del panal.”
Salmos 19:8-10
El propio Señor Jesús, después de resucitar, recibió miel como alimento:
“Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.
Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies.
Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer?
Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel.
Y él lo tomó, y comió delante de ellos.”
Lucas 24:39-43
Algunos estudiosos defienden que muchas veces en que el texto del Antiguo Testamento se refiere a la miel, no habla exclusivamente del alimento hecho por las abejas. En algunas partes, la palabra puede referirse a un espeso jarabe muy dulce a base de uvas, utilizado también para endulzar y para usar sobre el pan; lo cual tiene cierto sentido, ya que los judíos solo comenzaron a tener miel en abundancia cuando aprendieron de los romanos la práctica de la apicultura (foto), y dejaron de depender de la casualidad para encontrarla en la naturaleza, en hendiduras de la roca (Deuteronomio 32:13), hueco de los árboles y también en restos de animales muertos (Jueces 14:8-9).
Educación y fe
El pueblo judío considera el hebreo de suma importancia en el aprendizaje de la Palabra de Dios. Hasta en ese punto, la miel, se inserta en su cultura. Cuando comienzan a ser alfabetizados y a aprender sobre la fe, a los 3 años, el niño recibe una tarjeta de plástico con las letras del Alef-Bet, el alfabeto hebreo, con un poco de miel sobre cada letra. Cuando logra pronunciar correctamente cada letra, obtiene el derecho de comer miel. Con aquellas letras futuramente, leerá la Torá (para los cristianos, equivalente al Pentateuco en el Antiguo Testamento), que para el niño será “dulce en su boca”.
Otra tradición es la de que los niños reciban galletitas o tortas con miel con el formato de las letras. Al repetirlas correctamente, podrán comerlas.
En el Rosh Hashaná, o Año Nuevo judío, uno de los alimentos principales son manzanas (como se ve en la foto), granadas, panes y tortas embebidas en miel, para darle la bienvenida al nuevo ciclo temporal que se inicia, con la esperanza de que sea dulce y productivo.
En el difícil período de peregrinación por el desierto, el pueblo de Dios caminaba día tras día, después de ser liberado de la esclavitud en Egipto, rumbo a una dulce promesa en la que este líquido producido por las abejas, más de una vez, muestra su valor para la cultura judaico-cristiana:
“aquel día que les alcé mi mano, jurando así que los sacaría de la tierra de Egipto a la tierra que les había provisto, que fluye leche y miel, la cual es la más hermosa de todas las tierras.”
Ezequiel 20:6