Aquellos que realmente están queriendo ganar almas para el Señor Jesús deben concientizarse de la necesidad de los sacrificios continuos que tendrán que ofrecer en favor de aquellos que desean salvar. En muchos casos, arriesgando la propia vida cuando se sacrifica: es el caso del bombero que entra en medio del fuego para intentar salvar a quienes están adentro. De la misma manera es el caso del salvavidas que se lanza en el mar para intentar salvar a quien se está ahogando.
Ahora, el ganador de almas necesita concientizarse de los riesgos que existen cuando se entrega para la salvación de almas. La lucha es ardua, difícil y muy dura, pues tiene que considerar que las personas han estado en las manos del diablo y para arrancarlas de allá, ¡hay que luchar contra él, de cuerpo, alma y espíritu, en nombre del Señor Jesús! Ahí entra el sacrificio, pues hay que perseverar en las oraciones, en los ayunos, en las vigilias, en el trabajo constante, en fin, en la renuncia de la propia voluntad.
El sacrificio se caracteriza por el dolor de la pérdida de alguna cosa objetivando otra cosa aún mayor, por eso, en el Antiguo Testamento, exigían el elemento sangre, porque simbolizaba la vida del animal. Cuando Dios recibió la ofrenda de Caín no le agradó, porque era una ofrenda sin sangre, es decir, sin vida, pero le agradó la ofrenda de Abel. Esta señalaba a Cristo, el Cordero de Dios.
Todos los sacrificios bíblicos, así como lo que alguien se predispone a hacer en función de alguna cosa, simbolizan al Hijo de Dios, para rescatar a la humanidad, y ahí está su razón.
Todo en la vida tiene su precio, incluso la salvación eterna, que es la renuncia de la propia voluntad en función de la voluntad de Dios. Cuando el Señor Jesús dijo que quien quisiera ir en pos de Él tiene que negarse a sí mismo, estaba estableciendo una condición, un precio de la salvación. El propio Dios tuvo que pagar Su precio para intentar salvar a la humanidad. ¡Él tuvo que sacrificar a Su Único Hijo para conquistar a muchos otros hijos! Quiere decir que, ¡la ley del sacrificio comenzó con el propio Dios! Entonces, ¡si queremos conquistar también algo, especialmente almas para el Reino de Dios, no hay otro camino que no sea el del sacrificio, que es la menor distancia entre el querer y el realizar! ¡Quien quiere ganar almas necesita aprender a sacrificar, de lo contrario, nunca a lograr hacerlo!
Cuando se determina hacer un sacrificio es porque todos los intentos para alcanzar el objetivo fallaron, entonces, ¡el sacrificante se lanza en un último y final ataque a su objetivo determinando todo o nada!
El pueblo de Israel sabía el valor del sacrificio, tanto que antes de ir a la guerra contra sus enemigos, sacrificaba porque estos no solo les daban ánimo, fuerza y coraje para enfrentar a los enemigos, sino porque garantizaban la victoria contra todo y cualquier enemigo.
Un ejemplo clásico es cuando el rey Saúl estaba por enfrentar a los filisteos y se desesperó porque el profeta Samuel no llegaba para hacer los sacrificios y así, garantizar su victoria contra esos enemigos. Viendo que los soldados de Israel se escondían en las cavernas, agujeros, peñascos, tumbas y cisternas, y empujado por esa situación vergonzosa, no titubeó: ofreció el sacrificio, desobedeciendo a la palabra del profeta Samuel (1 Samuel 13). ¡El sacrificio cuesta caro, pero garantiza la victoria!
El sacrificio puede realizarse de varias formas: en forma de ayunos y oraciones, trabajo en beneficio del pueblo, alabanzas a Dios, renuncia al beneficio propio en el futuro para darse en la obra de evangelización, materializado en dinero en el altar de Dios, donaciones, etc.
Así es cuando la persona se predispone a hacer su sacrificio en el altar de Dios, este clama a Dios en su favor continuamente, hasta que sus oraciones sean respondidas. Además, el mismo sacrificio que se deposita en el altar de Dios da la más absoluta certeza de que la persona ya conquistó su objetivo, ¡por la fe!
Otra cosa muy importante a notar es que el sacrificio es siempre personal e intransferible, solamente puede ser realizado por aquel que desea conquistar su propia victoria. Claro que cuando alguien hace un sacrificio en favor de otra, este último va a ser alcanzado, mientras, la alegría de la victoria siempre permanecerá en quien lo hizo.
Cada uno tiene que conquistar su propia victoria por sí mismo, por su propia lucha o sacrificio, y jamás intentar sacar provecho o beneficios del sacrificio de los otros.