“Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.” Apocalipsis 1:8
La expresión “el Principio y el Fin”, no consta del original griego, sino que su contenido concuerda con el sentido, por lo cual fue añadido al mencionado versículo por algunos traductores, considerando que las personas menos escolarizadas podrían no comprender el significado de “el Alfa y el Omega”.
La expresión aparece nuevamente en los capítulos 21 y 22: ” Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida” (Apocalipsis 21:6); ” Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último.” (Apocalipsis 22:13).
La revelación de que el Señor Jesucristo es el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin, es la manera más simple para definir a Alguien que excede todo y cualquier entendimiento. Él contiene la perfección indescriptible e indefinible, la perfección más profunda que el infinito.
Conocer personalmente al Señor Jesucristo consiste en la mayor gloria del ser humano. Muchas son las personas que lo conocen por informaciones de otros, y cuando llegan las tribulaciones, no saben cómo salir de éstas, pues los conocimientos adquiridos a Su respecto no son suficientes para salvarlos.
El conocimiento del Señor Jesucristo viene a través de la revelación de Su propio Espíritu, y eso es suficiente para hacer que la persona reúna fuerzas y enfrente cualquier situación adversa. Y es justamente eso lo que el apóstol Juan busca trasmitirnos.
Es la mayor riqueza, la mayor gloria, la mayor fuerza; en fin, lo mejor de todo lo que puede suceder con el ser humano: ¡conocer al Señor Jesús! Es como Él mismo afirma por intermedio del profeta Jeremías:
“Así dijo el Señor: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy el Señor, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice el Señor.” Jeremías 9:23-24
Cuando el apóstol Juan, refiriéndose al Señor Jesucristo, escribió “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1:8), ¡no se estaba refiriendo al muchacho nacido de una virgen, en Belén de Judea!
¡Juan estaba hablando del Señor Jesucristo, Dios! ¡Que era antes de María y de todos los seres existentes en los Cielos y en la Tierra! El Señor Jesús ya existía antes de todas las cosas, pues todo fue creado por Él y para Él, según lo dijo el apóstol Pablo:
“El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación; porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.
Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.” Colosenses 1:15-20
Es muy importante saber que la revelación que nos presenta el Apocalipsis del Señor Jesucristo está dividida en tres partes. La primera lo revela en Su relación con Su Iglesia en la Tierra – confiera con las cartas las siete iglesias en Asia.
La segunda parte lo revela en relación a Su iglesia en el Cielo – allí vemos a los ancianos glorificados y lo que sucede en el Cielo, después el arrebatamiento.
La tercera lo revela en relación al mundo – muestra cómo Él juzga a los pueblos. Y así continua paulatinamente hasta que contemplamos su gloria completa, o sea, el nuevo Cielo y la nueva Tierra, en los cuales habita la justicia (2 Pedro 3:13).
“Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre…” Apocalipsis 1.9-13
Después de haber conocido al Señor como realmente es, el apóstol Juan se identifica hacia todos los demás seguidores del Señor Jesús como “… vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia …” (Apocalipsis 1:9).
Él no se dirige a la Iglesia como apóstol, como lo hicieran Pablo y Pedro. Después de haber recibido la gran revelación, humildemente, él se iguala a los demás siervos, considerándolos hermanos y compañeros.
Son tres las características que identifican a esos hermanos y compañeros a los cuales el apóstol Juan se refiere: “… en la tribulación, en el reino y en la paciencia …”.