Un cuento judío muy breve muestra muy bien el hecho de que algunos desperdician la condición de hijos de Dios.
Un hombre camina por un pasillo de su casa cuando algo le llamó la atención en una sala cercana. Su pequeño hijo intentaba, de varias formas, mover un pesado armario.
El niño empujaba de un lado, empujaba del otro, intentaba de espaldas, de frente… y nada. El mueble no llegaba a moverse siquiera un milímetro. Al principio, el padre se mantuvo quieto, sólo mirando, sin interrumpirlo.
El pequeño, sudado y jadeando, se dio cuenta de que el padre estaba en la puerta. El hombre le preguntó:
– Hijo, ¿estás usando toda tu fuerza?
– ¡Claro que sí!
– ¿Estás seguro?
– ¡Lógico!
– No… No estás usando toda tu fuerza.
Ante la mirada de interrogación de su hijo, el padre terminó el razonamiento:
– Por casualidad, ¿pediste mi ayuda? Estuve en la sala todo el tiempo. Podrías simplemente llamarme. El armario ya estaría donde tú quieres, si lo empujáramos juntos.
Parece muy simple. Incluso, demasiado simple. Pero muchas veces, desistimos de muchos de nuestros objetivos por el hecho de intentar solos, sin la ayuda de Dios, pues simplemente no la pedimos. Por eso, muchos, nos parecemos a un pequeño sudado y jadeante, que no logra sacar un mueble de un determinado lugar, y culpamos a algo o a alguien.
El Señor Jesús vino a la Tierra a restablecer el contacto directo del ser humano con Dios, el cual Adán deshizo en el pasado. Tenemos acceso directo al Padre, pero nos olvidamos de que Él está “en la sala”, más cerca de lo que imaginamos, y que se trata simplemente de llamarlo.
Aun así, muchos intentan, con las mejores intenciones, alcanzar cualquier intento en la vida con sus propios esfuerzos, sin pedir la mano de la verdadera fuerza, la de Dios, disponible en cualquier momento.
No es que Dios no valore su esfuerzo. La cuestión es que nuestra fuerza, nuestro potencial, llega a un cierto punto. Hay un límite, y para Dios no hay límite.
Sólo que no podemos traspasar esos límites sin algo bien simple: confianza en Dios.
Muchos creen que confían, pero solo continúan con sus esfuerzos humanos. No se entregan realmente. No entendieron aun que contar con alguien es confiar.
Aun con nuestro potencial, contar con el Padre desde el primer paso de nuestros objetivos es muy diferente. Claro que nos cansaremos. Claro que sentiremos ganas de desistir. A pesar de eso, si estamos realmente en una relación con Dios, la fuerza que no acaba, la de Él, nos levanta nuevamente.
Después del debido descanso, la caminata continua.
Esa confianza en la fuerza de Dios se aprende y se ejercita día tras día.
Es posible aprender más sobre esto en la Reunión del Encuentro con Dios, cada domingo a las 18 hs., en los Cenáculos de la Iglesia Universal. Acceda a las direcciones haciendo clic aquí.