Tránsito insoportable, personas maleducadas, filas… En fin, muchas cosas suceden diariamente a nuestro alrededor y es difícil no enojarse nunca. La Palabra dice que la ira no es pecado, pero sus consecuencias, sí.
“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo.” Efesios 4:26-27
No es tarea fácil no dar lugar a la ira, pero es necesario tener conciencia de que los actos de cualquier sentimiento de cólera, celos e irritación traen resultados que, la mayoría de las veces, no son positivos.
Uno de los ejemplos es Moisés. El pasaje que está en Éxodo 32:19-24 dice que él fue al Monte Sinaí para recibir las tablas de Dios y el pueblo quedó bajo el cuidado de Arón, pero terminó volcándose a la idolatría. Al ver eso, Moisés se enojó y quebró las tablas.
A raíz de la incredulidad del pueblo, de las exigencias e ira, peregrinaron en el desierto durante 40 años y no entraron a la Tierra Prometida (Números 14:20-35). Las personas con ira causan contienda, discordia y división dentro de un grupo.
“El hombre iracundo levanta contiendas, y el furioso muchas veces peca.” Proverbios 29:22
Los caminos de la ira
Una de las consecuencias de ese sentimiento es que ciega respecto al juicio. La persona no quiere saber la verdad, pierde el control, no logra ver la situación como un todo y, por todo eso, traspasa los límites de aquello que es correcto.
“Deja la ira, y desecha el enojo; no te excites en manera alguna a hacer lo malo.” Salmos 37:8
La ira puede convertirse en cólera cuando el sentimiento toma proporciones mayores, llevando a la persona a tener reacciones desequilibradas. Sin embargo, frecuentemente, también puede resultar justa. Precisamos aprender a tener dominio propio y controlar este sentimiento, para que sea encaminado correctamente.
” Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse.” Santiago 1:19
Esa es la forma en que la ira se transforma en pecado. El airado sin equilibrio insulta, pelea, grita, explota con palabras ofensivas, o sea, no da buen testimonio, hiere a otras personas, demuestra desamor.
“Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.” Mateo 5:22
Librándose de ser iracundo
Como se describió anteriormente, la ira en si no es pecado, pero puede convertirse en pecado. Es un sentimiento humano, como el amor, los celos, el cariño. Sin embargo es necesario saber librarse del blanco equivocado. Pero ¿cómo hacerlo?
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” Romanos 12:2
Claro que no es de un día para otro que lograremos transformarnos. Es necesaria mucha búsqueda de Dios, lectura de la Palabra y determinación para dejar de ser iracundo.
Así como se da espacio a la ira, es necesario darle espacio también a Dios para que trabaje, dejando sus sentimientos equivocados y sus razones de lado, recordando siempre que Él es quien hace justicia.
“Es necesario que él crezca, pero que yo mengue. El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos.” Juan 3:30-31