Nabucodonosor no puede disimular el asombro a través de sus ojos reales y deja el mentón caer sobre el pecho, mientras mira hacia adentro del horno. Detrás del fuego, siete veces mayor que de costumbre, aprieta los puños y presiona la uña contra la carne de su mano, preguntándose si está soñando o tiene visiones.
Allí, bajo las llamas, cuatro hombres caminan mansamente entre la impetuosidad de las llamas. Es imposible comprender, pues los guardas que los lanzaron, por la simple aproximación al fuego, murieron quemados. ¡Algo está mal!
¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey”, cuestiona el rey a sus consejeros ya sabiendo la respuesta, pero esperando oír algo que le confirmase el engaño.
“Es verdad, oh rey.”
Sí, es verdad. Por más imposible que parezca, los tres judíos están libres y vivos.
Cuando Nabucodonosor los condenó por no adorar su estatua de oro, estaba seguro de que ninguno de ellos sería capaz de respirar siquiera una sola vez más fuera de las llamas. Lleno de furia y, de aspecto trastornado, no aceptó el atrevimiento de aquellos tres hombres que se negaron a adorar algo que no fuese su Dios.
“Si no la adorareis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos?”, se burló.
“No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.”
Aquellos cuerpos deberían estar descomponiéndose en medio al fuego, pero ya nada les afectaba. Incluso sonríen, frente a las palabras desconcertadas del rey. “yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses.”
Con los ojos abiertos, el mentón caído y puños cerrados, Nabucodonosor se da cuenta que entre el dios de oro y el Dios de la fe, solo Uno es poderoso. Por eso ordena que suelten a los tres judíos.
“Bendito sea el Dios de ellos, de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios. Por lo tanto, decreto que todo pueblo, nación o lengua que dijere blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, sea descuartizado, y su casa convertida en muladar; por cuanto no hay dios que pueda librar como éste.”
Y, a partir de entonces, el poderoso rey de Babilonia se convirtió en siervo del Rey de los Judíos, para hacer prosperar a los tres que se mantuvieron fieles.
Y usted, ¿defiende con garra su fe o se quebranta frente a las persecuciones e injusticias?
Daniel, capítulo 3