La decepción viene como una bofetada en la cara. En primer lugar, quedas en estado de shock. Tu mente está en todas partes, no entiendes nada y la confusión se apodera de ti. Después te entristeces. Una tristeza profunda hiere tu corazón, rasgándolo lenta y dolorosamente. Entonces surge la ira. Como un jefe mandón, sugiriendo el regreso de todos los tipos de comportamientos emocionales. Estás molesta. Quieres hacer justicia con las propias manos, vengarte, derribar la casa. Y entonces, como si eso no fuera suficiente, un pensamiento acusador aparece, llenándote de culpa y desesperación.
He perdido la cuenta de cuántas veces he estado así. Es una sensación horrible y no importa cuántos amigos tengas y el apoyo que recibas de su parte, nada es suficiente, hasta que finalmente entregas todo eso en las manos de Dios. El problema es que esto nunca se hace en el momento adecuado. Es como si tuvieras que ser fiel a tu naturaleza humana y tuvieras que pasar por todas las emociones a lo largo del camino.
Estos pasos pueden ayudarte:
Reconoce que no eres quien provoco la decepción. Así que si hay alguien que debe estar llorando y sufriendo, esa es la otra parte.
Mira el vaso medio lleno. Si no fuera por la decepción, nunca habrías sabido con quién estabas tratando y seguro que después habrías tenido una decepción mayor. Estás siendo librada de algo peor.
Despréndete de ello. Aferrándote a todos esos recuerdos que te llevaron a la decepción sólo harás que todo sea más difícil. Deja de investigar que más pasó, estás demasiado dolida como para hacer eso.
No es culpa tuya seguir adelante. No, no tienes que sentirte triste y mostrarles a los demás que lo estás. Aún estás a tiempo de levantarte y concentrarte en tu futuro.
Confía en Dios. Él nunca te decepcionará, aférrate a Él y cree que Él cuidará de ti de ahora en adelante.