Hay momentos en que las discusiones sirven para poner orden y estabilizar situaciones entre personas que no tienen la misma opinión. Por eso, las mismas son tan necesarias para la construcción de una relación de amistad, profesional o familiar de éxito. Cuando asumimos una posición y llegamos a un acuerdo, cualquier tipo de relación se vuelve más justa, más leal y es fortalecida.
Suelen darse algunos choques de pensamientos y actitudes, por ejemplo, por la diferencia cultural o de generación. ¿Quién no ha discutido con su padre o con su hijo sobre algún asunto referente a la adolescencia o a la vida adulta, pero una de las partes no lograba comprender muy bien? ¿Quién no ha tenido la oportunidad de compartir una almuerzo con un compañero de otro país, pero no compartir la misma preferencia gastronómica que la de él?
Algunos de esos conflictos, como el simple hecho de no querer probar lo que el otro come por hábito, o, en otro ejemplo, forzar a alguien a comer algo que no quiere, solo puede suceder por un deseo contrario de uno de los individuos. Quien duda en escuchar al otro y dificulta su elección, estará cultivando la discordia.
No fuerce las cosas
No necesitamos ser forzados a situaciones y hábitos para vivir en armonía con el prójimo. El secreto está en aprender a entender y respetar la opinión ajena y las costumbres del otro. La solución de un problema, que presenta como un gran obstáculo la incompatibilidad de opiniones, depende solo del esfuerzo de cada uno.
Un esfuerzo personal de trabajar con la razón, evaluar dónde se equivocó y cuándo fue intolerante al punto de hacer un problema de algo que podría haber sido resuelto con un diálogo sincero. Y, a partir de ese reconocimiento, ser capaz de apaciguar las discusiones de un momento crítico y transformarlas en enseñanzas que lo impulsen hacia adelante.
“Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos. No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti.” Salmos 32: 8-9