Yo negué la petición del rey. Dije que no iba a vender. No la vendería porque fue de mi padre, y lo que se hereda no se vende. Es la ley del Señor.
Camino sin prisa por mi último camino, sabiendo que no sirve de nada gritar ni revelarse. El fin está cerca y no hay nada que se pueda hacer.
“Dame tu viña para un huerto de legumbres, porque está cercana a mi casa, y yo te daré por ella otra viña mejor que esta; o si mejor te pareciere, te pagaré su valor en dinero”, dijo.
En cualquier otra circunstancia habría aceptado. Primero por ser un pedido que el rey Acab hizo personalmente. Después porque, como todo jezreelita, yo necesitaba dinero para sobrevivir.
“Guárdeme el Señor de que yo te dé a ti la heredad de mis padres.”, respondí, sin saber que firmaba mi sentencia de muerte.
De la vid, Acab extrajo disgusto. Indignado por mi actitud, pero sin forma de remediarlo. Yo, tonto, pensé que hablarían mucho de mí: “Nabot de Jezreel, el hombre que rechazó la oferta del codicioso rey de Samaria.” Soñé que mi nombre entraría a la Historia. Pero nunca entrará.
Los hombres que me empujan necesitan poca fuerza. Al ser varios, sedientos de sangre, me siento como si levitara mientras camino sin dar un solo paso. Unos me ofenden, otros me tienen pena. La mayoría tiene en la mirada la curiosidad y la certeza de que una vez más el rey, que ya está mal visto a los ojos del Señor, está castigando a un inocente.
Sucede que, movido por el veneno de la reina idólatra, dos hombres atestiguaron en mi contra. Dijeron que yo blasfemé contra el rey y contra el Señor. Y yo nunca había visto a esos hombres delante mío. Ni siquiera conocían mi nombre ayer, cuanto menos mis actitudes.
Pero la verdad de Dios es la única verdad. Y aunque los hombres me hayan sentenciado a muerte, sé que en el Señor yo vivo.
Me ponen contra la pared y se distancian. Cada uno con piedras en las manos y odio en el rosto. Después de hoy, el rey podrá tener mi vid, pero no dará más vino. Solo mi sangre fluirá de sus frutos.
Ellos van a tirar.
Miro a los ojos de mis verdugos y veo a hombres movidos solo por el enardecimiento de cumplir con una ley, aunque el juicio es falso.
Ellos van a tirar.
Comienzo mis oraciones al Señor. Tal vez Él me salve. Tal vez recuerde que estoy siendo castigado por cumplir la ley, no por despreciarla.
Ellos van a tirar.
En el lugar que los perros laman mi sangre, los perros lamerán la sangre de ese maldito rey.
Ellos van a tirar.
Alguien da la orden y levantan los puños.
Ellos tiran.
Y yo cierro los ojos para sentir mi fin.
(*) 1 Reyes 21:1-13
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