“No sé lo que ella vio en ese sujeto.” Ya escuchamos muchas veces eso en la boca de alguien que juzga a un matrimonio, que no parece tener algo en común.
Para eso, cabe una respuesta: “No, en verdad no lo sabe. Ella fue quien vio algo, no fue usted.”
De lejos, parece que no combinan, pero pueden tener mucho más en común de lo que muchos piensan. Depende de quién está dentro de la relación y quien la ve.
De igual manera, muchos son los que escucharon (o pensaron) ¿cómo puede Dios amar al ser humano llegando al punto de permitir su existencia? ¿Cómo hace para amar una inocente criatura y a alguien como Jack, el destripador? ¿Cómo podría el Señor Jesús haber muerto tanto por un honrado padre de familia como por los que planearon los ataques terroristas del 11 de setiembre de 2001 en Estados Unidos, asesinando a miles de civiles en pocas horas?
De vez en cuando es difícil llegar a entender cómo nos ama. Pues todos tenemos noción de nuestros grandes defectos. Algunos llegaron a cometer grandes crímenes, y aun así probaron de Su misericordia, recibiendo bendiciones sin medida.
¿Cómo puede ser?
Entonces volvemos a la frase del comienzo del texto: no podemos entender, pues, en nuestra limitación humana, nunca entenderemos cómo Él nos ve.
Todos tenemos la posibilidad de aceptar al Padre por medio del Hijo, con la acción del Espíritu Santo. Sea alguien que haya llegado a matar, o alguien que nunca tuvo, siquiera, una multa en el transito.
Tenemos la manía de juzgar, aun sin darnos cuenta. Hay quien no logra tampoco perdonarse así mismo.
Sin embargo, en su infinita superioridad, Dios tiene una manera muy divina de vernos. Y tal punto de vista nosotros nunca lo entenderemos, por más que lo intentemos.
Aún sabiendo esto, el tema tampoco es entendernos. El tema es reconocer que, por más o menos fallas, Él nos ama y punto. Y, por ese motivo, obedecerLo, amarLo y reconocer que dependemos de Él para cualquier cosa, para todo, desde el simple acto de respirar hasta las grandes realizaciones que cambian las vidas de millones.
No nos corresponde a nosotros entender exactamente el por qué del amor del Señor Jesús quien llegó al punto de morir en una cruz por nosotros. Por más que lo intentemos, nunca comprenderemos. Lo que podemos hacer es valorar tal sacrificio y, entonces sí, comenzaremos a entender lo que es vivir según aquel gran acto de sufrimiento.
Desde el principio, el hombre desagrada a Dios. Adán tenía todo y decidió perder ese todo por casi nada. Jesús podía todo, y, aun así, decidió sacrificarse para que todos tuviéramos nuevamente lo que la desobediencia nos sacó.
El mundo está lleno de relaciones por algún interés – aunque los egoístas no se den cuenta de que actúan así. Es muy fácil gustar de una persona porque es linda, educada, honesta, tiene prestigio, o incluso porque nos proporciona algún tipo de beneficio por su compañía. Pocos permanecen al lado de alguien con defectos muy visibles, solamente por amor. Pocos se quedan junto de alguien en grandes dificultades de cualquier tipo.
Esos pocos, imbuidos de amor al prójimo, poco a poco enseñan el sentido de la palabra amor. Y ese amor no es creación de nadie más que Dios. Sólo Él nos ama en cualquier momento de nuestras vidas, sea que estemos felices o tristes. Sólo Él permanece a nuestro lado, por peores que seamos.
Nosotros somos los que tendemos a apartarnos de Él cuando actuamos en desobediencia y con menosprecio hacia el prójimo. Como lo hicieron Adán y Eva.
Aun así, siempre podemos reconectarnos a Él, pues Jesús nos permitió eso, pagando con Su propia sangre.
Sea quien sea usted. Sea lo que sea que haya hecho.
Sólo hay una forma de actuar. El propio Mesías la enseñó, como lo dice en la Palabra:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” Mateo 11:28-30.