Pueden ser mujeres muy agradables y, en algunos casos, un tanto amables. Rara vez cuentan sus problemas a los demás, pues prefieren guardarlos para sí mismas. La vida ya es bastante peligrosa como para que se arriesguen intentando hacer algo nuevo, por ello se agarran a lo que es seguro y está garantizado. Aunque sean bastante agradables, rara vez marcan alguna diferencia en la vida de las demás personas. El mundo está infectado de esas mujeres “agradables” simplemente porque la mayoría de las personas no tienen ningún interés en añadir algo o marcar la diferencia en este mundo. Son felices tan sólo con vivir su propia vida, lo que es justo y aceptable, pero aún así son personas tristes. Tristes porque ellas no son sólo criaturas que respiran un poco del oxígeno que todavía nos queda, sino porque, en la mayoría de los casos, son mujeres incapaces de dar algo de sí mismas — ¡son mujeres infructíferas!
Todas las cosas buenas a las que tenemos acceso en los días de hoy son el resultado del trabajo de personas que decidieron que un día marcarían la diferencia en el mundo, aunque supiesen que nunca serían capaces de realizar esos cambios por si solas. Personas que no pusieron excusas para librarse de hacer algo más, algo que nadie esperaba — y que más tarde marcaría la diferencia.
“Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de una cama, sino que la pone sobre un candelero para que los que entren vean la luz” (Lucas 8:16).
Si es así, ¿por qué entonces nosotras, que tuvimos un encuentro con Dios y que recibimos Su Espíritu y Su dirección, estaríamos por debajo de lo que Dios espera? Si tenemos la luz dentro de nosotras, ¿no debemos iluminar todo y a todos a nuestro alrededor? ¿No es razonable pensar que debemos brillar en este mundo? Entonces, ¿por qué es tan difícil ver que eso suceda? ¿Por qué tan pocas mujeres marcan de hecho la diferencia en este mundo? Todo acaba quedando sobre los hombros de aquellas que realmente están trabajando para marcar la diferencia; acaban teniendo que hacer todo y más — inclusive aquella parte que debería haber sido compartida con las demás. Es como mí padre siempre dice: Son poquísimas personas empujando un camión lleno de gente encima.
Parásitos que viven para disfrutar del arduo trabajo y esfuerzo de los otros. Amables, muy agradables, buenas personas… Pero que no marcan ninguna diferencia en este mundo.
Funcionarios que sólo trabajan por el salario a fin de mes; colegas de trabajo que hacen solamente lo que se les ha mandado; hijos que sólo se preocupan con su propio futuro; madres que viven en función de sus hijos; esposas cuya única preocupación es estar casadas y felices; obreras que aman el hecho de tener un uniforme y de ocupar una posición en la iglesia, esposas de pastores que sólo sirven para adornar la iglesia, etc. Esos son apenas algunos de los muchos ejemplos de parásitas ¿Y tú? ¿También eres una mujer parásito? Antes de responder a la pregunta, intenta recordar cuántas veces has marcado la diferencia en este mundo. No cuentes las veces que te lo mandaron, pues esas no valen. Los parásitos necesitan que les manden hacer la diferencia… La mujer que marca la diferencia nunca necesita que alguien le diga lo que debe hacer, pues su objetivo es estar siempre buscando qué más puede hacer y dónde más puede ayudar. Ella es una señal de Dios en este mundo.
Fragmento del libro “Mejor que Comprar Zapatos”, de Cristiane Cardoso | Foto: Thinkstock
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