En esta época del año muchos cristianos se ven entre la cruz y el árbol de Navidad. Para quien no lo sabe, la Navidad NO es una celebración estrictamente cristiana. Ya hablé sobre esto aquí, pero verifique los hechos por sí mismo. Por eso, quien tiene familiares y amigos que celebran esta fiesta pagana está en un gran dilema: “¿Agrado a los demás y desagrado a Dios o agrado a Dios y desagrado a los demás?”
Resalto que si usted se considera un cristiano de hecho, conmemorar la Navidad por iniciativa propia no tiene sentido. Digamos que usted y su familia son cristianos, pero les gusta la idea de tener un árbol de Navidad, intercambiar regalos y observar otras costumbres de la época. Eso está claramente en contra de su fe. Sería como si el pueblo de Israel, después de salir de Egipto, celebrara una fiesta egipcia porque “era ilegal”. Entonces, si la elección es suya, la respuesta es simple: no participe.
Pero, ¿qué hacer si está en un círculo familiar o social que espera su participación? A su marido le gusta, su jefe lo invitó a la confraternización en la oficina, sus padres hacen esa fiesta en casa todos los años con la familia… Todos ellos esperan que usted se involucre. ¿Qué hacer? ¿Encerrarse en el cuarto y fingir una depresión? ¿Decir que va a pasar el día lavándose el pelo? ¿O usar el clásico: “mi religión no me lo permite”?
Vamos a usar la inteligencia.
Aquí usted debe entender el equilibrio entre sus deberes y su consciencia cristiana. Déjeme explicarle usando una historia bíblica como ejemplo de una situación muy semejante.
En 2 Reyes 5 leemos la historia de Naamán, comandante del ejército del rey de Siria que fue curado en Israel al consultar al profeta Eliseo. Extremadamente agradecido por la cura, Naamán decidió no servir más a los otros dioses de su país, sino solamente al Dios de Israel que lo había curado. Pero había un problema, como usted lee en el fragmento de la conversación entre Naamán y Eliseo:
De aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino al SEÑOR.
En esto perdone el SEÑOR a tu siervo: que cuando mi señor el rey entrare en el templo de Rimón para adorar en él, y se apoyare sobre mi brazo, si yo también me inclinare en el templo de Rimón; cuando haga tal, el SEÑOR perdone en esto a tu siervo.
Eliseo le dijo: Ve en paz. (v.17-19)
La profesión de Naamán exigía que él acompañara a su jefe cuando este fuese al templo del dios Rimón y lo ayudase cuando se inclinaba para adorar a su dios. Consecuentemente, ese servicio resultaría en Naamán curvándose también delante de ese dios — pero con una diferencia: ahora ya no para adorarlo sino para prestarle asistencia a su jefe.
Aquello lo hacía sentirse mal lo suficiente como para pedirle perdón a Dios (su consciencia le pesaba), pero él tenía que cumplir su función de soldado.
Eliseo lo bendijo y le aseguró que podía ir en paz. No condenó su postura delante del problema. Ciertamente, si hubiese algo malo, Eliseo no lo bendeciría. A fin de cuentas, no estaba mal prestarle asistencia a su jefe. Lo malo sería adorar al dios falso.
De la misma forma, piense en su función familiar, sea la de esposa, de marido, de hijo, o de hermano; y en su función profesional. ¿Usted debe, por los deberes de su función, acompañar, agradar o darle asistencia a la otra persona que espera su participación en una conmemoración navideña? Entonces cumpla su deber con ella. Haga su parte por ella, no por el espíritu y tradición de la Navidad.
Pero si usted no tiene tal responsabilidad, entonces esté libre para no participar.
Actuando con equilibrio y consciencia, usted podrá cumplir su papel con Dios y con las personas que no son de su fe.
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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