¿Es posible disfrazar el “mal olor” del pecado y de los pecadores?
Un pasaje bíblico muy conocido cuenta que Jesús viajó a Betania 6 días antes de la Pascua, para ver sus amigos en la casa de Lázaro, a quien había resucitado:
“Y Le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con Él.
Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume.” Juan 12:2-3.
María, hermana de Lázaro, usó un carísimo perfume para ungir los pies de Jesús. ¿Cuál era el sentido de que ella usara ese producto en lugar de otros, que también tienen una simbología sagrada, como el aceite o el agua? ¿Y por qué el perfume es usado hasta hoy en la Iglesia, como uno de los elementos para ungir a los fieles?
María reconoció, por medio de su acción, que Jesús no solo era el querido amigo de la familia. Ella reconocía en Él al Mesías, Quien trajo a su hermano de regreso de la muerte. Usó lo que más valor tenía en su casa, un perfume caro, generalmente guardado para ocasiones muy especiales. Reconoció, de esa forma, a Aquel que era digno de su devoción. Lo enjugó con su propio cabello, mostrando que se entregaba completamente. Ella no ahorró el producto de gran valor monetario, hizo un sacrificio, dio lo mejor que tenía.
También implicaba el significado del embalsamamiento – palabra derivada de “bálsamo”, substancia generalmente perfumada. Era costumbre usar substancias con perfumes para los muertos, disfrazando el mal olor de la descomposición por un tiempo. Jesús sabía que moriría por nosotros, y consideró aquello como una preparación para Su sepultura (Juan 12:7), aunque muchos de los presentes aún no lo entendieran.
El perfume de María estaba en un caro embalaje de alabastro, una piedra blanca no muy dura, con la que se hacían finos objetos. Estaba cerrado de tal manera que el perfume solo podía sacarlo quebrando la punta del embalaje, como hacemos hoy con las ampollas medicinales. O sea: una vez abierto, tenía que usarse. No se podía guardar. No se podía volver atrás. El acto de amor de la hermana de Lázaro era definitivo, no permitía arrepentimiento.
Judas, el seguidor que Jesús ya sabía que lo iba a traicionar, se disgustó. Criticó a María por usar el caro perfume, y dijo que podría haberse vendido – lo cual le agradaba, ya que él, por ser el tesorero, de vez en cuando, se apropiaba de un poco del dinero que era usado por el Mesías y Sus apóstoles en los viajes. Jesús lo censuró, ya que entendió el gesto de la mujer al darle su mejor.
El “mal olor del pecado”
Además de esos tiene otros sentidos. El perfume vuelve el olor de alguien más atrayente. Algunos lo usan para esconder el mal olor. Pues mejora el acercamiento, favorece el contacto. En el Antiguo Testamento, existía la costumbre de usar inciensos y mirra para perfumar el ambiente, con una humareda perfumada que subía al cielo, con el fin de agradar a Dios. Para algunos, disfrazaba el “mal olor” del pecado y el de los pecadores. Obviamente, Dios no se engaña ante perfumes falsos sobre lo hediento de las transgresiones. Al contrario, con Su perdón, somos limpios del pecado y nuestra propia vida de obediencia es un perfume agradable a Él. Junto a esa buena fragancia, que es la vida entregada a Dios, podemos incluso “perfumar” a los que están a nuestro alrededor e inspirarlos con nuestro estilo de vida – sienten nuestro “perfume”, los atrae. El mal perfume atrae moscas, padecimientos, más suciedad – más pecado, más perdición. El perfume bueno atrae a quien es capaz de apreciarlo.
Nosotros elegimos si somos Judas, mirando el valor del perfume derramándose y pensamos que es un desperdicio dar algo tan bueno, o si somos María, dando lo mejor de nosotros a Aquel que reconocemos como Nuestro Salvador, y hacemos que Su perfume (en Él y en nosotros) sea percibido a nuestro alrededor, purificados del hedor del pecado.
“Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden…” 2 Corintios 2:15