Poner la mano sobre su vientre y sentir toda esa fuerza dentro suyo fue alarmante. Sentir a un hijo pateando su vientre desde adentro es inolvidable, eso nunca le había sucedido antes. Y nunca le hubiera pododo suceder. A menos que… A menos que aquel hombre estuviera en lo correcto.
Ella estaba sola cuando sucedió, llevando la vida amarga de una mujer estéril. Sin que viese de dónde vino o hacia dónde iba, una voz resonó con la fuerza de quien conoce el mundo: “He aquí que tú eres estéril, y nunca has tenido hijos; pero concebirás y darás a luz un hijo.”
Su fuerza era tan imponente que el aire pareció enrarecerse a su alrededor. Era imposible mirar a sus ojos, ya que parecían atravesar su cuerpo y alcanzar su alma. Aquel no era un hombre común. Aquella no era una visita común.
“… el niño será nazareo a Dios desde su nacimiento, y él comenzará a salvar a Israel de mano de los filisteos.”, le dijo.
Eran palabras muy reconfortantes para que ella las aceptara inmediatamente. Para una avergonzada, incapaz de darle a su esposo el mayor bien que podría recibir, cualquier palabra alentadora sería vista con desconfianza.
Pero para su esposo, un hombre cuyo mayor sueño era tener un niño, eso era una pequeña esperanza a la que aferrarse bajo un precipicio de decepción.
Cuánto había sufrido hasta entonces. Y cuán feliz se sintió feliz al creer que su vida cambiaría de ahí en adelante. Un hijo que libraría a su pueblo del sometimiento, eso fue lo que el ángel le dijo. Y cada vez que reveía aquel diálogo en su mente, la seguridad de que un gran hombre nacería de sí, crecía.
Tal vez sea de eso de lo que se trata la vida: tener fe aun cuando el pasado muestra que algo es imposible. Creer en las buenas palabras que los ángeles soplan a los oídos. Y, a partir de eso, comenzar a tener objetivos, no solo sueños.
El hombre-ángel apareció nuevamente para confirmarle a Manoa, el padre, lo que le había dicho a su esposa. Y al pasar la mano sobre su vientre, ella, cuyo nombre no está citado en la Biblia, puede sentir toda la fuerza que emanaba desde el interior de su vientre. La fuerza de la fe, que alardea y la impresiona. Sentir a su hijo pateando por dentro, la primera vez, es inolvidable. Y con aquella fuerza, el niño no podría tener otro nombre. Ella lo llamó Sansón, el pequeño sol.