A veces actuamos como verdaderos idiotas por no conocer a las personas con quienes lidiamos. Las juzgamos por las apariencias e ignoramos lo que puede estar por detrás de sus comportamientos y su manera de ser. Como el niño de esta historia:
Había un niño que vivía con su madre y su abuelo. Su abuelo era un hombre muy avanzado en edad, pero estaba confinado a una silla de ruedas y tenía muy poco uso de sus brazos. Tenía marcas y cicatrices en todo el rostro y tragaba su comida con dificultad.
Era tarea del niño ir al cuarto de su abuelo todos los días y alimentarlo con el almuerzo. El niño lo hacía con fidelidad, pero no con alegría. A fin de cuentas, alimentar al abuelo en esas condiciones era una experiencia deprimente, además de toda la suciedad que hacía.
A medida que el niño creció y se convirtió en adolescente, se cansó de su responsabilidad. Un día, entró enojado a la cocina y le dijo a su madre que ya estaba harto.
“Desde ahora en adelante, alimenta tú al abuelo.”
Muy pacientemente su madre dejó sus tareas, pidió que el hijo se sentara, y le dijo: “Ahora ya eres un muchacho. Es hora de que sepas toda la verdad sobre tu abuelo.” Ella continuó: “Tu abuelo no siempre estuvo confinado a una silla de ruedas. En realidad, él era un gran atleta. Pero cuando tú eras un bebé, hubo un accidente.”
El muchacho se inclinó hacia delante de su silla, su madre comenzó a llorar.
Ella le dijo: “Hubo un incendio. Tu padre estaba trabajando en el sótano, y pensó que tú estabas conmigo en la cocina. Yo pensé que estabas allá abajo con él. En realidad, estabas en el piso de arriba, en tu cuna. Nosotros dos corrimos hacia afuera de la casa. Tu abuelo subió corriendo, te cubrió en una manta mojada, y corrió como un loco en medio de las llamas. Él te trajo en seguridad hasta nosotros.
“Él fue llevado de prisa a la guardia sufriendo de quemaduras de segundo y tercer grado, así como la inhalación de humo. La razón de por qué él está así hoy es a causa de lo que sufrió el día en que te salvó la vida.”
A esta altura, las lágrimas ya rodaban de los ojos del muchacho también. Él nunca supo sobre ese hecho, su abuelo nunca se lo contó. Y sin esfuerzo consciente de su parte, su actitud cambió. Sin quejarse, tomó la bandeja del almuerzo de su abuelo y fue a su cuarto.
Una vez que usted entiende a las personas, conoce quiénes verdaderamente son, de dónde vienen, cuáles son las experiencias que las convirtieron en lo que hoy son, comprenderá más fácilmente por qué hacen lo que hacen. Ellas no cambiarán, sino que usted cambiará su manera de verlas y, consecuentemente, su manera de actuar con ellas también.
Sea en su matrimonio, en su familia, en su lugar de trabajo, en su escuela, o con su vecino, comprender a las personas puede cambiar totalmente su relación con ellas.
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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