Israel había regresado del cautiverio en Babilonia. Los judíos que habían vuelto del exilio trataban de reconstruir sus vidas. Solos. Cada uno por sí mismo.
Los israelitas se habían librado de la esclavitud babilónica pero aún estaban presos de los grilletes del egoísmo, del individualismo.
Las casas fueron reconstruidas en Jerusalén, los negocios fueron retomados. Pero en la cima del Monte Moriah, una importante obra que debería dominar el paisaje urbano estaba muy lejos de terminar: la reconstrucción del Templo de Salomón. Entonces un hombre, nacido entre el pueblo cautivo que reconquistó la libertad, levantó su voz. Y ya hacía 17 años que el exilio había terminado.
Ese hombre se llamaba Hageo. Profeta contemporáneo de Esdras, Zacarías y Nehemías, bajo el reinado de Zorobabel, exhortó a su pueblo para reconstruir el derrumbado Templo de Salomón. Pero no era exactamente a la reconstrucción física, la de los ladrillos y las piedras a la que él se refería.
El Templo representaba la presencia de Dios entre el pueblo, en un lugar destacado. El mismo Dios que había dado las instrucciones para que aquel hombre les pasase a los ciudadanos perdidos para encontrar su propia Salvación. Más que instrucciones, eran enérgicas reprensiones, descritas en el libro de Hageo, en el Antiguo Testamento.
Judá y Jerusalén estaban fragmentadas. A pesar de que todos sus ciudadanos estuviesen viviendo juntos, eso no quería decir que ese grupo de personas formara una comunidad. Tampoco formaban un conjunto con Dios al frente, lo que era imprescindible para su existencia.
Exhortando al pueblo para que terminase la Casa de Dios, Hageo advertía a todos no sobre un edificio, sino sobre la tan necesaria reconstrucción de un reino que debería ser fuerte y que solo iba a suceder si todos dejaban de prestar atención a su propio ombligo y se daban cuenta de que eran un todo, sirviendo a Dios en sintonía. Con Él en primer lugar, la gloria de ese reino sería percibida nuevamente. Reconstruyendo el Templo, se iban a dar cuenta de la real prioridad, a partir de la cual todo el resto de hecho se desarrollaría.
“Así ha hablado el SEÑOR de los Ejércitos, diciendo: Este pueblo dice: No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa del SEÑOR sea reedificada.
Entonces vino palabra del SEÑOR por medio del profeta Hageo, diciendo:
¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta?
Pues así ha dicho el SEÑOR de los Ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos.
Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto.
Así ha dicho el SEÑOR de los Ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos.
Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y pondré en ella Mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho el SEÑOR.”
Hageo 1:2-8
Para eso Hageo llama al pueblo a dejar de mirar solamente al preocupante presente de forma egoísta, a tomar lecciones del pasado y a comenzar a mirar hacia el futuro.
Solo así serían realmente una nación. Reconstruida con y por Dios, y no solo por esfuerzo propio.
Una exhortación que se aplica mucho a los días actuales, en los que muchos piensan solamente en la promoción propia y no dejan que Dios dirija sus vidas, individualmente o en sociedad.
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