Uno de los ítems usados en algunas reuniones en la Universal, la sal tiene un fuerte simbolismo en la Biblia. En la época en que fue escrita, la sustancia era literalmente una riqueza –en algunos lugares, sólo perdía en valor con referencia al oro-. Por causa de ella, fueron libradas guerras. Bienes –y hasta personas- eran vendidos y comprados con sal, usada como moneda. Es de ella que viene la palabra “salario”, pues era con sus piedras blancas que eran pagados los soldados y otros funcionarios del Imperio Romano en algunas épocas, después intercambiadas por otras mercaderías.
Hoy, sabemos que la sal conserva alimentos, librándolos de hongos, bacterias y otros micro-organismos. De ahí, viene gran parte de su simbología bíblica. Bajo la ley de Moisés, todo aquello ofrecido en el altar del Tabernáculo eran antes sagrado, purificado, eliminando así la descomposición:
“Y sazonarás con sal toda ofrenda que presentes, y no harás que falte jamás de tu ofrenda la sal del pacto de tu Dios; en toda ofrenda tuya ofrecerás sal.” Levítico 2.13
Necesitamos de la para vivir. En cantidades limitadas, su efecto es beneficioso para la salud. Como todo, su exceso puede incluso matar. Lo mismo pasaba con la tierra. Sin embargo, si la cantidad se pasaba de la proporción, el suelo quedaba estéril. Cuando una ciudad era destruida, era común que fuese tirada sal en los escombros y en la tierra, evidenciando el deseo de que en aquel lugar no creciera nada más (Deuteronomio 29. 22-23). No es por casualidad, por lo tanto, que Sodoma y Gomorra permanezcan en la región del actual Mar Muerto, en donde nada crece, debido al impresionante contenido de la salinidad local. La suciedad moral y espiritual fue fulminada con fuego, azufre y finalizada con sal por el propio Dios.
La sal de la tierra
El Señor Jesús hizo una famosa comparación:
“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.” Mateo 5.13
Como vimos anteriormente, la buena sal mezclada con el suelo hace que este sea fértil, apto a la vida. La sal sembrada perdía su salinidad con el tiempo, convirtiéndose en piedras inútiles, usadas como gravas en las carreteras y caminos (“ser pisadas por los hombres”). Una persona llena del Espíritu Santo es propensa a esparcir la vida en abundancia, mientras que otra, vacía de Él, tienen una vida inútil para sí y para los otros.
“Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias; orando también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, por el cual también estoy preso,
Para que lo manifieste como debo hablar.
Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo.
Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno.” Colosenses 4.2-6
[fotos foto=”Thinkstock”]
[related_posts limit=”7″]