Quiero profundizar un poco más en el tema que comencé en este post sobre el hecho de que a veces un hombre necesita que el consejo venga de otro hombre para tomarlo en serio.
¿Orgullo masculino? No lo sé. Probablemente. Pero es una realidad. Una cosa es cuando la madre habla. Otra, es oír al padre. Eso sucede mucho con el hombre. Desde niño, nosotros, los hombres, somos enseñados para buscar la solución. El hombre no llora, contiene las lágrimas y sigue hacia adelante. El hombre no vive quejándose de la vida con sus amigos. Eso es “cosa de mujeres” – somos adoctrinados.
Cuando crecemos, dentro nuestro existe este sentimiento: “No puedo mostrar debilidad. Tengo que ser fuerte, mostrar que sé lo que estoy haciendo, que tengo todo bajo control.”
Claro, eso nos da muchas ventajas. Somos menos emotivos, más prácticos, más enfocados en encontrar la solución. Pero también tiene desventajas: si tenemos un problema, sufrimos callados. No lo compartimos con nadie. ¡Nadie! A no ser que sea con otro hombre, a quien respetamos y del cual pensamos que tiene condiciones de ayudarnos.
Recuerdo que Cristiane pasó 12 años repitiéndome al oído reclamos sobre cosas que ella pensaba que debía cambiar. “Bla, bla, bla” era todo lo que oía. Un día, en una llamada telefónica, su padre habló conmigo de hombre a hombre. La conversación no duró más de un minuto. (Quien ya leyó el libro Matrimonio Blindado, sabe lo que me dijo.)
En solo unos segundos, me hizo entender lo que Cristiane no logró durante 12 años.
Directo al tema, algunas lecciones son:
– Los hijos hombres necesitan que sus padres sean más cercanos a ellos, abiertos al diálogo.
– Los padres necesitan ser ejemplo para ganar el respeto de sus hijos, para que estos los admiren y busquen sus consejos.
– Los hombres necesitan ser más humildes e identificar mentores en quienes puedan reflejarse.
– Las mujeres necesitan incentivar a sus maridos e hijos a forjar amistades con hombres ejemplares, más maduros.
– Las mujeres necesitan entender que no es por el mucho hablar que van a convencer; si él dejó de oír, deje de hablar.
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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