La cueva fue abierta y todos se miraron. Eran más de 100 hombres aglomerados en los corredores oscuros que conducían hacia los leones, hambrientos desde hace mucho. La última comida ofrecida a los animales había sido rechazada, por lo tanto, nada era más justo que darle una nueva opción a las fieras.
Todos, 120 sátrapas, sus hijos, hijas y esposas, tenían miedo de lo que estaba por venir. Nunca habían visto al rey Darío con una furia tan grande en sus ojos. Nunca habían sentido sus cuerpos quemados por el poder que aquel hombre, Daniel, tenía sobre todo el reino. Cuando se pusieron en aquella tarea, aparentemente ventajosa, jamás pensaron que el fin sería ese.
El rey Darío escogió a 120 hombres de su confianza para que gobiernen sobre sus tierras. Sobre ellos colocó a tres presidentes y quedó satisfecho con el resultado. Entre todos esos, se destacaba uno de los tres mayores, Daniel, aquel que era bendecido por Dios desde que había sido exiliado de Judá.
La satisfacción del rey con los servicios de Daniel y los rumores que corrían diciendo que era posible que Daniel fuese puesto por sobre todo el reino, avivó la envidia de los otros 120. Buscaron un crimen o una falta de ética o moral del presidente, pero no encontraron nada. Daniel era honestamente fiel. Entonces, resolvieron acudir a la religión del hombre.
“Todos los gobernadores del reino, magistrados, sátrapas, príncipes y capitanes han acordado por consejo que promulgues un edicto real y lo confirmes, que cualquiera que en el espacio de treinta días demande petición de cualquier dios u hombre fuera de ti, oh rey, sea echado en el foso de los leones.” Daniel 6:7
Esa fue la artimaña utilizada para quitarle la vida a Daniel. Sin que el rey supiera lo que pasaba, concordó con tal regla y, como Daniel seguía haciendo sus oraciones, fue obligado a lanzarlo a la cueva de los leones, pues el sello real era irrevocable.
Darío pasó toda la noche en ayuno, muy triste por el hombre que había condenado. Sin poder dormir, fue a la cueva de los leones y al amanecer encontró a Daniel aún con vida.
“Mi Dios envió Su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante Él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo.” Daniel 6:22
Las palabras de Daniel levantaron la ira del rey Darío, pero no en contra del condenado, sino en contra de los jueces. Recogió a los 120 sátrapas, a los otros dos presidentes y a todas sus familias y los envió a la cueva de los leones.
La última comida ofrecida a los animales había sido rechazada y ellos eran el nuevo plato sugerido. Antes que pudieran llegar al fondo del agujero, todos murieron.
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