Micaías se llevó la bofetada en el rostro, pero no perdió la serenidad. Sabía que, delante del rey de Israel, ninguna reacción podría ser tomada sin que su vida fuese puesta en riesgo. A pesar de amar a su nación, conocía bien los caminos oscuros por los cuales Acab había pasado desde que había recibido la corona, cuando aún era muy joven.
Los últimos 22 años de Israel no habían sido los mejores. Con un rey que adoraba a muchos dioses y cambiaba a todos los profetas del Señor por profetas de Baal, era comprensible que desastre tras desastre cayera sobre aquellas tierras.
“Ninguna cosa buena profetizará él acerca de mí, sino solamente el mal.”, reclamaba Acab acerca de Micaías, culpándolo por las revelaciones que el Señor le hacía a Su único profeta restante en Israel.
Fue en Samaria, que el encuentro entre Acab, Micaías y Josafat, el rey de Judá, sucedió. Acab quería apoyo para subir a la batalla que acontecería en Ramot de Galaad y Josafat hizo cuestión de que solo confirmaría su presencia luego de oír las palabras del Señor. Las palabras de los 400 profetas de Baal, sin embargo, no le sirvieron al invitado, y este mandó a llamar a Micaías.
“Yo vi a todo Israel esparcido por los montes, como ovejas que no tienen pastor; y el Señor dijo: Estos no tienen señor (…) He aquí el Señor ha puesto espíritu de mentira en la boca de todos tus profetas, y el Señor ha decretado el mal acerca de ti.”
De esas palabras nació la bofetada que Micaías recibió de Sedequías, hijo de Acab. Y exclamó el rey: “Echad a éste en la cárcel, y mantenedle con pan de angustia y con agua de aflicción, hasta que yo vuelva en paz.”
Pero Micaías, conocedor de las palabras de Dios, no perdió su autocontrol. Por lo contrario, lo provocó diciendo:
“Si llegas a volver en paz, el Señor no ha hablado por mí.”
Acab fue a la batalla disfrazado, pero ni siquiera así se pudo esconder de las palabras de Micaías. Algunos de sus enemigos vieron a Josafat en un carruaje y supieron que allí estaba el rey de Israel. Arremetieron contra el carro para matarlos, pero Dios oyó la oración de Josafat y los libró de la muerte, haciendo que los enemigos no pudieran encontrar a Acab.
Todos se volvieron y partieron, pues el rey enemigo había sido claro: “No peleéis ni con grande ni con chico, sino solo contra el rey de Israel.”
Micaías estaba preso por defender las palabras del Señor. Josafat estaba a salvo por creer en el Dios de Abraham. Y Acab aún era un rey que llevaría a Israel a las tinieblas.
Un hombre disparó su arco al azar y tiró. La flecha fue guiada hacia las junturas de la armadura de Acab e hirió al rey. Y, al atardecer, murió.
(*) 2 Crónicas 18
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