El Hombre ya había muerto y había sido sepultado hacía más de 50 años y Su nombre aún seguía dentro de los tribunales romanos. A cada nueva ciudad por donde aquellos evangelizadores pasaban, una confusión diferente era compuesta. Los ánimos se exaltaban por curas milagrosas que unos Le atribuían a Dios y otros les atribuían a los demonios. Los judíos se mostraban indignados con las blasfemias proferidas por los ahora llamados cristianos. Todo el tiempo, sin embargo, una nueva historia sobre ellos era contada.
Aquel día, Galión llegó al tribunal conociendo los casos pasados en las ciudades vecinas. Como procónsul de la recién constituida provincia de Acaya, en la Grecia Romana, él debería asegurar el bienestar de su región y de su pueblo y, por lo tanto, juzgar las denuncias realizadas en su tribunal.
“… Este persuade a los hombres a honrar a Dios contra la ley.”
Esa fue la acusación presentada por los judíos alborotados que hablaban más alto a cada nueva frase. Estaban todos dentro de un tribunal romano, que debería cuidar las leyes proferidas por el emperador Claudio, el cuarto de la dinastía Julio-Claudia. El emperador no era tan enérgico como sus antecesores Augusto, Tiberio y Calígula, pero aun así las órdenes de Roma estaban sobre cualquier cuestión religiosa.
Los crímenes del acusado, conocido como Pablo, eran los mismos cometidos por los seguidores de la religión de Jesús Nazareno desde cuando afirmaban que su Líder había resucitado y ascendido a los cielos. Galión conocía, de oído, todos esos crímenes. En general, los cristianos eran acusados por los judíos y otros religiosos de formar una secta peligrosa y oscura. Es verdad que él sabía poco al respecto de ese nicho nacido dentro del judaísmo, pero, en realidad, también poco se interesaba por él.
Galión, hijo de un importante retórico, escritor y orador romano, llamado Séneca, nació en la región de Córdoba, Hispania. De niño, fue entregado por su padre a su gran amigo y orador Lucio Junio Galión y de él adoptó su nombre.
El procónsul era, por lo tanto, muy instruido y conocedor de las leyes y de las letras, así como el acusado que, cuando aún era llamado Saulo, servía al Imperio Romano. No creía que un hombre, que un día sirvió al emperador, dijera las tonterías por las que los judíos tanto se preocupaban, afirmando que había en tierras romanas un rey más importante que Claudio.
Por eso, incluso antes de que Pablo abriera la boca para defenderse, Galión proclamó su sentencia:
“Si fuera algún agravio o algún crimen enorme, oh judíos, conforme a derecho yo os toleraría. Pero si son cuestiones de palabras, y de nombres, y de vuestra ley, vedlo vosotros; porque yo no quiero ser juez de estas cosas.”
Y al instante expulsó a todos los judíos del tribunal, liberando a Pablo.
En la salida, el procónsul vio a un hombre llamado Sóstenes, principal de la sinagoga, siendo golpeado por los mismos judíos. Sin embargo, Galión no se incomodaba con estas cosas.
(*) Hechos 18:12-17
[fotos foto=”Thinkstock”]
[related_posts limit=”7″]